En muchas ocasiones, cada uno de nosotros somos un pequeño tirano que no se baja de su pedestal; muchas de la veces pensamos que nuestra seguridad económica y lo que somos y tenemos nos pueden garantizar todo en esta vida y nos atrevemos hasta intentar comprar un poco de felicidad, buscando ser grandes e importantes, pero recordémoslo siempre que Dios derribará al poderoso de su trono y levantará al humilde, al rico, al soberbio, lo despedirá vacío y al pobre, lo colmará de bienes. Finalmente cuando venga Cristo veremos quién fue realmente grande, quién sobresalía, quién era fuerte y poderoso. 

Exclamemos hoy al Señor y digámosle a una sola voz, ayúdanos!, ayúdame Señor porque tu como nadie me conoces; muchas de la veces somos tan torpes que nos confundimos con frecuencia y ponemos nuestra confianza en nuestra autosuficiencia, en nuestras riquezas. Haznos entender Señor que sólo tú no  nos fallarás jamás; sólo en ti puedo descansar seguro, sólo apoyado en la fuerza de tu brazo puedo caminar tranquilo en medio de tantas dificultades. 

La palabra de hoy nos invita a ser conscientes, que la fe en el Dios del amor y la misericordia da la verdadera felicidad, da importancia y sentido a la vida y a las cosas de este mundo. En efecto, si miramos la vida con ojos de la fe, descubriremos que sólo una cosa importa realmente, la salvación eterna. 

Por eso la vida que únicamente tiene unos horizontes terrenos resulta absurda, terriblemente aburrida y sin sentido. En ocasiones nuestro pobre corazón se deja ilusionar con así poco y pasamos por este mundo arrastrándonos en los placeres y vicios de este mundo y no somos capaces de darnos cuenta que sólo Dios permanece fiel a sus promesas y sólo El lo puede hacer todo, sólo El calma nuestra continua ansiedad.  

A la luz del mensaje de la Palabra de este domingo, preocupémonos un poco más por buscar a Dios, de creer en él, de esperarle, de amarle, así tendremos el corazón siempre joven, pronto para cantar y proclamar las grandes cosas que Dios ha hecho por mí y por ti. 

San Pablo a los Tesalonicenses les dice: “Bien sabemos, amados de Dios, que él los ha elegido”. Que hermosa realidad queridos hermanos y hermanas, somos amados de Dios, sin que ninguno haya merecido ese amor o se le haya adelantado tomando la iniciativa. Amados de Dios, si nos diéramos cuenta de lo que esto significa, si supiéramos valorar esa realidad divina, si conociéramos el don de Dios otro fuera este mundo, otra fuera la manera de pasar nuestros días por este mundo. 

Hoy también nosotros elevemos los ojos al cielo y digámosle con San Agustín: “Oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Estabas dentro de mí y yo te buscaba fuera de mí, andaba errante hasta el día en el que te conocí, todo lo bello que salió de tus manos. Todo lo sublime de este mundo sin ti no hubiera podido existir, me llamaste por mi nombre y cambiaste mi duro corazón”.  

Palabras llenas de amor al Dios que lo puede todo. Todo ser humano vive confuso y agobiado; todo corazón es triste y afligido hasta que encuentra en Dios lo que buscaba. Nos hiciste para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que repose en ti. Ojalá que acabemos de apreciar el amor infinito que Dios nos tiene y nos decidamos seriamente a querer a Dios sobre todas las cosas y amarle con todas nuestras fuerzas, con toda el alma. 

Hoy todos nosotros estamos llamados a luchar contra el mal, así como Jesús lo hizo en su vida terrena. Los fariseos iban estrechando el cerco contra Jesús, en esta ocasión se unieron a los herodianos, partidarios de la dinastía de Herodes, a quienes los fariseos, sin embargo, rechazaban en su interior. Se cumple así el salmo segundo que habla de cómo los poderosos de la tierra se amotinan, todos a una, contra el Mesías. También durante la Pasión, Pilato y Herodes enemigos de siempre, se reconciliaron a costa de Jesús. 

Los potentes de aquel tiempo buscaban cualquier motivo para acusar a Jesús, si decía que era lícito pagar el tributo, le acusarían de colaboracionista con el poder extranjero y si contestaba negativamente podrían denunciarle ante la autoridad romana. Astucia y malicia que denota el odio profundo que tenían contra Jesús. Pero no sabían ellos que de Dios nadie se burla y que Cristo es el Hijo de Dios. 

Hay que dar al César lo que es del César. Hay que cumplir con los deberes cívicos. Jesús mismo pagó el tributo, aunque por su condición soberana no tenía obligación de hacerlo. Más tarde San Pablo, siguiendo la enseñanza del Maestro, hablará también de la obediencia debida al poder legítimamente constituido, de la obligación de pagar los tributos impuestos por el Estado. 

La segunda parte de la respuesta de Jesucristo establece la independencia y separación de los dos poderes, el civil y el religioso. A Dios lo que es de Dios: la adoración merecida, la entrega generosa, la obediencia fiel a su Ley, el amor sobre todas las cosas. 

Conforme a esta doctrina no es admisible mezclar lo político con lo religioso. No se puede comprometer a la Iglesia en conspiraciones y ambiciones humanas, no se la puede vincular a ningún partido. La misión de la Iglesia es espiritual y trascendente, no material ni meramente humana. Intentar otra cosa es traicionar a Cristo y destruir su Iglesia. Amén!