Dios lo único que espera de nosotros es que seamos capaces de dar frutos de amor. Esta es una realidad que la encontramos en toda la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y así es como la imagen de la viña es utilizada para resaltar la relación de Dios con su pueblo. En el Antiguo Testamento, la viña era la casa de Israel. Yahvé la plantó, cultivo y cuidaba con todo esmero para que diera fruto. Derrochó, entregó a ella todo su amor. Sólo esperaba de ella una sola cosa: que diera uvas, el fruto de la vid. 

En el pacto de la Alianza en el Sinaí quedó claro el compromiso de ambas partes: “ustedes serán mi pueblo y yo seré vuestro Dios”. El Señor fue fiel, pero el pueblo olvidó su juramento. Dios sólo deseaba que diera frutos de amor, por su propio bien, por su propia felicidad. A pesar de todo, envió a sus mensajeros los profetas (los criados de la parábola) para recordárselo, pero no sólo no los escucharon sino que los apedrearon y los mataron. El Dios de amor ¿Qué más podía hacer por su viña que no haya hecho? El hace lo impensable: y así es como en los últimos tiempos nos envió a su propio hijo, nuestro Señor Jesucristo. 

Historia de amor y desamor, de gracia y traición. Así vino la perdición total para la viña. Al Señor no le quedó otro remedio que entregar su viña (su Reino) a otro pueblo que produzca frutos. Queridos hermanos y hermanas, la historia de la viña es la historia del pueblo de Israel, es la historia de la humanidad, es la historia de cada uno de nosotros. Ahora la viña del Señor es la Iglesia y la Iglesia somos todos, soy yo, eres tú, llamados a ser sacramento universal de salvación.  

La misión de cada bautizado es: anunciar y establecer el Reino de Dios, cuyo germen se encuentra ya en este mundo. Para que esto sea posible es necesario que todos los cristianos tomemos conciencia de nuestra responsabilidad en el trabajo de la viña: clérigos y laicos, todos los bautizados, ya que todos somos corresponsables. ¿Has escuchado la llamada que Dios te hace a trabajar en la viña? ¿Te has preguntado alguna vez cuál es la parcela de la viña de la que te encarga el Señor? 

La Palabra de hoy nos invita a trabajar en nuestra pequeña parcela. Trabajar y ser evangelizadores en nuestras comunidades, este es el llamado que el Señor hoy nos hace. La pasividad, la mediocridad y el esperar que otros lo hagan por mi son nefastos para la Iglesia. Has recibido un carisma por parte de Dios, no lo entierres miserablemente, sé generoso y generosa, hazlo producir. 

La madures del verdadero cristiano, dentro de la Iglesia debe manifestarse, dando testimonio en medio del mundo, que es el lugar donde se desenvuelve su que hacer de todos los días. Dejemos que cada cual aporte su granito de arena en la construcción del Reino, en la construcción de las comunidades. 

San Pablo, el especialista fundando comunidades cristianas nos dice: “todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, ténganlo en cuenta y el Dios de la paz estará con ustedes”.  

Si fuéramos sinceros y generosos, de palabra y de obra, estas palabras del apóstol san Pablo podían ser muy bien el programa de toda nuestra vida. Perseguir la verdad y la justicia, por encima de nuestros intereses particulares o grupales, es algo tan difícil de hacer, como necesario, si queremos ser de verdad discípulos de Cristo. 

Muchas veces los cristianos nos enredamos y nos perdemos en discusiones teóricas y banales, en ritos y formas temporales y pasajeras, mientras descuidamos el verdadero culto del corazón y de la conducta, en la práctica evangélica de la justicia y de la verdad.  

Recuperar la frescura del Evangelio, recuperar la maravilla del Evangelio es la misión de todos y cada uno de nosotros. Las nuevas técnicas de cuidar la viña del Señor han cambiado, hoy nos encontramos y tenemos a nuestra disposición nuevas formas y métodos de evangelización, usémoslos y no nos quedemos anclados en el pasado. 

Los cristianos debemos afrontar los nuevos tiempos, los nuevos retos con una actitud abierta, debemos escuchar la voz de Dios que nos invita a trabajar en su viña, concentrándonos en lo esencial y así actualizar el mensaje del Evangelio para nuestro tiempo.  

No basta con querer ir a trabajar a la viña, hay que hacerlo con los medios actuales, para que nuestros frutos no sean raquíticos, sino abundantes. Así colaboraremos en la transformación de este mundo y en la construcción del Reino de Dios. 

Seamos fieles a lo que el Señor nos ha confiado. No seamos colaboradores de los que, con críticas destructivas y bien orquestadas, nos llaman a la deserción, ha abandonar las comunidades cristianas. Mantengamos nuestra unión y en ella estará nuestra fuerza. Somos la viña del Señor y porque somos de Él, estamos llamados a dar frutos divinos, no mundano tales como: odio, traición, venganza, etc.  

El Señor nos invita a explotar en yemas de caridad, de amor, de justicia y de perdón. ¡Demos frutos y que sean abundantes! No seamos homicidas de lo mucho y bueno que el Señor ha sembrado en lo más hondo de nuestras entrañas. Intentémoslo! Con empeño estoy seguro que lo lograremos. 

Que la Santa Eucaristía no sea para nosotros “un rezo más, un simple recitar fraacces”, sino una llamada al compromiso con el mundo que nos rodea, con nuestra sociedad, con nuestra iglesia y con las personas que el Señor todos los días nos pone en nuestras manos, para que les demos amor, paz y mucha serenidad, porque en definitiva esto es lo más hermoso que podemos dar. Amén!