“To everything, turn, turn, turn.”
(“Para todas las cosas, torna, torna, torna.”)
— Canción del grupo The Byrds, basada en Eclesiastés 3:1-8
Esta cuarta parte de nuestra serie sobre el bautismo se trata sobre tornar, y específicamente sobre tornarnos hacia Jesús.
En la versión original en inglés del Libro de Oración Común de 1979, el celebrante le pregunta a los candidatos, “Do you turn to Jesus Christ and accept him as your Savior? ” “¿Te tornas hacia Jesucristo y lo aceptas como tu Salvador?”
Y los candidatos responden — idealmente con convicción y esperanza — “I do.” “Lo hago.”
Yo pasé la mayor parte de mi niñez en el sur y en el suroeste de los Estados Unidos, y en esos lugares se habla mucho en los círculos evangélicos sobre si una persona ha sido salvada o no.
¿Qué significa ser salvad@?
En esas iglesias significa tornarse hacia Jesús, pronunciar una plegaria específica de entrega y nutrir una relación personal con Cristo.
El término “ salvad@”, en ese contexto, generalmente se refiere a un momento de decisión que la persona toma — a una elección particular que injerta al creyente en la vid de Cristo por toda la eternidad.
Y de muchas maneras, eso es lo que es el Bautismo para todos nosotros.
El sacramento marca y celebra la unión eterna que tenemos con Dios y con la familia de Dios que se llama la Iglesia, y llegamos a conocer, de una forma nueva, la gracia de Dios que nos salva y que nunca nos abandonará.
Sin embargo, como episcopal, nunca he estado del todo satisfecho con el tipo de cristianismo que se relaja demasiado en el modelo de la salvación-en-un-solo-momento.
Aún cuando no niego que algo eterno y especial ocurre en ese momento, el fruto de esa decisión nace sólo mediante toda una vida de vivir la salvación y de tomar esas decisiones.
Me gusta la forma en que mi sacerdote de infancia, quien eventualmente sirvió como obispo en nuestra iglesia, abordaba esta situación.
Cuando alguien le preguntaba a Harry Bainbridge, “¿Has sido salvado, hermano?” su respuesta era, “Cada día.”
Ése es el tipo de salvación que quiero que exploremos hoy, y la experimentamos al tornarnos hacia Jesucristo día a día, hora tras hora — lo más plenamente que podamos y en la medida en que nuestra madurez en la fe nos lo permita.
Vamos a dirigirnos ahora hacia las lecturas un ratito, porque creo que ayudan a explicar a lo que me refiero con “salvación” y “tornar”.
Nuestra primera lectura de Isaías nos ofrece una retrato de lo que conlleva la salvación.
El que creó los cielos y la tierra es de “grandeza en su fuerza y fortaleza en su poder” y “da poder al débil y fortalece al que no tiene poder”.
La salvación que anhela Isaías es una vida abundante, centrada en la comunidad, que fluye de la relación entre el Creador todopoderoso y un pueblo hambriento y dispuesto a llevar a cabo la voluntad de Dios.
Dios está continuamente dispuesto a salvar y es capaz de hacerlo.
El llamado y la tarea del pueblo es de arrepentirse de las maneras en las cuales ha quebrado esa relación de pacto, y de regresar al Señor.
Arrepentirse implica darle paro a las acciones y a las mentalidades que generan injusticia y que quiebran las relaciones, y también implica tornarse — dar vuelta — hacia una manera diferente de ser.
Una conversión de vida, pudiéramos decir.
¿Recuerdan que la semana pasada hablamos de renunciar a las fuerzas del mal y a los poderes que nos derriban y que corrompen nuestras relaciones los unos con los otros y con Dios?
Una vez que hacemos esto, entonces el próximo paso es tornarnos hacia Dios, poner nuestra vida en las manos de Dios y animar a Dios a dirigir nuestra voluntad y nuestras acciones.
Cuanto más consistente y frecuentemente lo hagamos, más fácil nos será reconocer cuando estamos cayendo fuera de la relación correcta, y más rápido podremos regresar a la vida fructífera en comunidad.
¿Qué significa tornarnos hacia Jesucristo como fuente de nuestro pan diario — la fuente de la cual fluye una vida de bendición y de ser bendecid@?
Para obtener una pista, échenle un vistazo a nuestro Evangelio de hoy de Marcos.
En él vemos a Jesús haciendo dos cosas que son fundamentales para nuestra vida de fe.
Primero, sana a la suegra de Simón/Pedro y a muchos otros en la ciudad que se encontraban enfermos o poseídos por demonios.
Básicamente, Jesús está realizando la esperanza de Isaías de otorgarle poder a los débiles y fuerzas a los que no tienen poder.
La afirmación de Marcos, en la cual nos pide que creamos, es que Jesús está tan conectado al Creador que el poder de Dios fluye de él, capacitando la sanación a un nivel que sólo podemos imaginarnos.
Y sin embargo cuando nos tornamos hacia Jesús y lo aceptamos como nuestro Salvador, ese mismo poder fluye a través de nosotros como un río — siempre y cuando no lo retengamos con los residuos del pecado y evitemos que salga hacia afuera.
NOSOTROS nos convertimos en conductos de la sanación y del poder de Dios, y dependemos y nos confiamos del poder de Cristo y de su relación con el Creador como fuente de la nuestra.
Vemos esta dinámica en acción en el testimonio del poder curativo y resurrectivo de los apóstoles después de la ascensión de Jesús, y generaciones de testigos a través de 2000 años dan testimonio de las formas en que Jesús, obrando a través de ellos, ha restaurado, renovado y rehecho al mundo.
Tornarse hacia Jesús significa permitir que su influencia guíe nuestras acciones, de maneras pequeñas y grandes, y también significa estar dispuest@s a ir a donde nos dirija el flujo de ese río.
Pero hay un elemento más que es esencial en el tornar, y lo vemos en acción en el Evangelio de hoy.
Y esa es la apertura intencional a Dios — a la cual llamamos oración.
Jesús se torna al Padre cuando va a un lugar desierto y se re-conecta a la fuente.
Estamos llamados a hacer lo mismo, y cuando no nos tornamos hacia Dios en oración dedicada — la cual eventualmente satura nuestras vidas y se funde con nuestras vidas activas — corremos el riesgo de vivir una vida desordenada y desconectada.
Aún cuando nuestras acciones son santas y se basan en buenos motivos.
Cuando descuidamos la práctica de entregarnos a Dios a través de la oración, se vuelve demasiado fácil que nuestras buenas obras edifiquen NUESTRO ego en lugar de edificar el reino de Dios.
El tornarnos hacia Dios en oración, como lo hizo Jesús, nos capacita para ACTUAR entonces en el mundo de maneras ordenadas y efectivas.
Cuando nuestros esfuerzos llevan a la vida plena y a la sanación, podemos regocijarnos y darle gloria a Dios.
Y cuando nuestras mejores intenciones y acciones NO se dan de la manera que esperábamos, encontramos energía y la voluntad de seguir adelante a través de nuestra conexión indestructible con la fuente de vida que nos nutre.
El tornarnos hacia Jesucristo y aceptarlo como nuestro Salvador significa permitir que su voluntad se vuelva la nuestra. Significa usar nuestros dones y talentos, que son regalo de Dios, para dar poder a los débiles y fuerzas a los que no tiene poder, y significa invertir en una vida intencional de oración que va madurando y que fomenta la claridad y la fuerza para discernir lo que es de Dios y lo que no.
¿Cuáles son algunas formas en que pudieras tornarte hacia Cristo más plenamente esta semana?
El aceptar a Jesús como tu Salvador, ¿cómo va a cambiar la forma en que actúas en este día?
Que la salvación de nuestro Dios rija en sus corazones y fluya hacia un mundo que está sediento de significado y de sanación.
Que el poder de nuestro Dios los capacite para actuar de maneras que le dan gloria a nuestro Creador, Redentor y Santificador.
Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento — pero que se puede conocer mediante la oración — siga tornándolos hacia Cristo y los unos hacia los otros — esta semana y siempre.