El Rev.do Austin K. Rios
19 de marzo de 2023: El Cuarto Domingo de Cuaresma
- 1 Samuel 16:1-13
- Efesios 5:8-14
- Juan 9:1-41
- Salmo 23
Durante las dos últimas semanas, nos hemos adentrado profundamente en la sección del Libro de los signos del Evangelio de Juan, la primera mitad del Evangelio que arroja luz sobre quién es Jesús y qué diferencia hace ser su discípulo.
Quizá recuerde que el Evangelio de Juan comienza con el himno que proclama que “En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas llegaron a existir por medio de él, y sin él no llegó a existir ni una sola cosa. Lo que llegó a existir en él era la vida, y la vida era la luz de TODOS los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”.
Esta concepción neotestamentaria de la creación a través de Cristo es tan fundamental para nuestra fe, y lo fue para nuestros antepasados aquí en San Pablo, que está unida a las palabras iniciales del Libro del Génesis sobre Dios creando los cielos y la tierra en nuestros mosaicos.
La Biblia comienza con Dios anunciando “Hágase la luz” y entonces surge la vasta extensión del universo.
Así pues, no es casualidad que Juan presente su proclamación de Jesús como el Mesías en términos de un nuevo amanecer de luz acompañado de nuevas formas de conocimiento humano y de relación entre los seres humanos.
Recordemos que hace dos semanas, Nicodemo se acercó a Jesús al amparo de la noche y salió iluminado sobre lo que significaba nacer de lo alto.
La semana pasada, la mujer samaritana en el pozo de Jacob, se encontró con Jesús y su invitación a beber del agua viva que tanto expone la verdad detrás de todas las cosas ocultas como nos capacita para evangelizar sobre la libertad que conocemos en Cristo.
Todos estos momentos del Libro de los Signos nos están comunicando que Jesús es la luz del mundo, la Palabra de Dios, la fuerza y el principio creativos que expulsan las sombras de nuestras almas y de nuestros sistemas de forma tan completa que las secuelas son como caminar por un jardín cubierto de rocío al amanecer.
Esta historia del ciego de nacimiento es un tratamiento intensificado de todo este tema, y la nueva vista que recibe el hombre está íntimamente ligada a una nueva comprensión y conocimiento.
Hay tantas cosas en esta escena que me asombran.
En primer lugar, tenemos el milagro mismo que se produce a través de las palabras de Jesús combinadas con tierra/lodo y agua/saliva.
La vida y la luz que Jesús ofrece surgen a través de los bloques de construcción fundamentales de esta creación -tierra y agua- y el milagro trata de la nueva vista que recibe este hombre y, simultáneamente, de ayudar a todo el mundo a ver que nuestras preocupaciones por la culpa y el pecado nos mantienen ciegos a la existencia mayor que compartimos en Dios.
Jesús no huye de la realidad terrenal de esta creación, sino que nos muestra cómo Dios ya ha incrustado en ella las herramientas que necesitamos para construir la siguiente.
La mayoría de la gente imagina los milagros como sucesos que están “fuera de este mundo”, pero una y otra vez Jesús nos devuelve a la creación que Dios ya nos ha dado, y nos pide que la veamos de nuevo como un lugar de infinitas posibilidades.
Luego está la parte de la escena en la que las autoridades religiosas intentan llegar al fondo del misterio sobre cómo ve ahora este hombre -si su curación es un signo de lo divino o de lo demoníaco- y sobre el intercambio que el antes ciego mantiene con ellos acerca de cuál podría ser la respuesta adecuada a semejante milagro.
Hay tanta motivación temerosa detrás de las preguntas de los fariseos, y miedo en la familia del antes ciego a ser exiliados de su comunidad, cuando en lugar de eso deberían estar celebrando esta cosa asombrosa que le ha sucedido a su hijo.
Pero el hombre que ahora ve es, por el contrario, intrépido.
No sólo se le ha devuelto la vista física, sino que Jesús ha activado simultáneamente en el interior del hombre una especie de conocimiento y sabiduría internos que provocan una profunda calma y fortaleza en medio de las dificultades.
Su experiencia prefigura la de generaciones de discípulos a lo largo de los tiempos que experimentan el don liberador de la gracia de Cristo, sólo para encontrar la oposición y el desafío de un mundo que no puede desprenderse de formas de ser menos agraciadas.
Los fariseos de la escena nos representan a todos los seres humanos que pasamos más tiempo preocupados por ver y juzgar el pecado de los demás para distinguir y separar a las personas, en lugar de avanzar hacia la nueva realidad compartida a la que Dios nos llama.
El hombre les dice: “No sé si Jesús es un pecador. Sólo sé que era ciego pero ahora veo”.
Su respuesta es: “Tú naciste completamente en pecado, ¿y pretendes enseñarnos?”.
Jesús concluye la escena diciéndonos a todos que ha venido al mundo “para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos”.
Cuando Cristo nos abre la nueva creación, nos abre los ojos a la realidad más profunda de este mundo y del próximo, entonces empezamos a vernos unos a otros y a ver nuestro lugar en este mundo de forma diferente.
Cuando caminamos juntos y trabajamos juntos para ver el reino de Dios hecho realidad en las cosas de esta vida y esta creación, entonces con el tiempo nos volvemos ciegos a las viejas formas de relacionarnos unos con otros que están bien adaptadas para permitir el estrecho interés propio pero que son incapaces de llevarnos al lugar donde está Cristo.
Estamos llamados a volvernos selectivamente ciegos ante lo que nuestro mundo etiqueta como pecaminoso, y preocuparnos más por ver las conexiones que compartimos en nuestro creador.
Estamos llamados a ver y dar testimonio de las formas en que nos deshumanizamos y nos herimos unos a otros, y a estar dispuestos a ser guiados por nuestro Señor, como aquellos que son incapaces de ver el camino con claridad, hacia el lugar que conduce a nuestra reconciliación y sanación.
Jesús nos llama a todos -Jesús les llama a ustedes hoy- a ver este mundo maravilloso y creado a través de sus ojos y a permitir que todas las formas menores de visión retrocedan a las sombras de donde vinieron.
No se me ocurre un Evangelio mejor para que lo consideremos mientras nos adentramos en nuestra reunión anual después de este servicio, y tratamos de mantenernos fieles a la vocación común que compartimos en Cristo: la luz del Mundo, la Palabra de Dios, el autor de nuestra salvación y el primer ciudadano de la vida y el reino que no tienen fin.