9 de enero, 2022
El Revdo. Austin K. Rios
“Levántate , resplandece, porque ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti.”
Isaiah 60:1
Hace poco vi la película No Miren Arriba,un film sobre las diferentes maneras en que las personas reaccionan a la noticia de que un cometa está en camino de destruir a la tierra.
En la escena inicial, una estudiante de posgrado en astronomía se asombra ante el descubrimiento de un nuevo cometa y se regocija al compartir la noticia con sus colegas.
Pero pronto su exuberante alegría se convierte en lamento cuando se dan cuenta de que la trayectoria de este cometa está en curso para chocar con la tierra y comprenden que su impacto conllevará el fin del mundo.
WSi bien es fácil considerar No Miren Arribatan sólo como un comentario sobre el cambio climático y las realidades políticas y sociales que confrontamos a principios del 2022, encontré la película especialmente interesante considerando el contexto de nuestra lectura del Evangelio de hoy.
Aparece una estrella en los cielos, la gente reacciona a ella de distintas maneras, y el mundo se ve cambiado para siempre.
El rey Herodes, cuyo reino ha sido construido y sostenido a través de la violencia, oye la noticia de que esta estrella extraña acompaña el nacimiento de un nuevo niño rey — a quien él rápidamente trata de exterminar, sin importar los daños colaterales que pueda haber.
Y, sin embargo, para los pastores israelitas que cuidan de sus rebaños cerca de la ciudad de David, y para los magos del Oriente, no judíos, que contemplan las estrellas, esta misma estrella no es una amenaza sino un signo de esperanza.
Tienen esperanza porque el niño rey que se sienten llamados a visitar no construirá su reino sobre las espaldas de los pobres, sino junto a ellos.
Su reino no surge mediante la espada o la violencia, sino más bien a través de la entrega y el sacrificio de sí mismo.
Su nacimiento es buena noticia para todos aquellos que han caminado en la oscuridad y mala noticia para aquellos cuyas maquinaciones se desarrollan en las esquinas más oscuras del palacio, la polis y el corazón.
En los más de 2000 años desde que esa estrella apareció y que se levantó sobre la tierra la encarnación más completa del reino de Dios, nosotros los humanos todavía luchamos con cómo responder a la noticia.
Una parte de nosotros se puede emocionar ante la posibilidad de un mundo nuevo — un mundo donde por fin se sueltan los yugos institucionales opresores y donde la justicia, la rectitud y la paz se dan un beso y coexisten.
Y sin embargo otra parte de nosotros puede retraerse ante la noticia de un mundo virado al revés… un mundo en el que nosotros — que hemos acumulado bienes materiales y poder, y que estamos acostumbrados a ser servidos — estamos llamados a ser los que sirven. Un mundo que se escapa fuera de nuestro control y cae en las manos incontrolables de Dios.
Aunque resulta un buen cuento para películas y novelas de superhéroes, no creo que ninguno de nosotros caiga completamente de un lado o del otro.
No somos ni receptores perfectos de las buenas nuevas, como los niños que Jesús nos urge a imitar, ni somos tiranos totalmente demoníacos dispuestos a asesinar a niños como ellos para mantener nuestra posición.
Pero aún cuando podemos reconocer que existimos en el espacio mixto entre esos extremos, todavía ESTAMOS llamados a dirigirnos hacia uno de esos polos y a alejarnos del otro.
Nuestro llamado en la estación de la Epifanía, al igual que a través de todas nuestras vidas, es de empeñar nuestros corazones, nuestras mentes y nuestras almas en seguir al niño rey y modelar nuestras vidas de acuerdo con las marcas distintivas de su reino, en vez de gravitar hacia los métodos del rey Herodes.
Con frecuencia posponemos este trabajo y nos enfocamos en los defectos de los demás, en vez de someter los nuestros propios a la luz de la Estrella de la Mañana.
Resistan esta tentación, queridos amigos, y dupliquen su atención a sus propios aposentos espirituales.
Cuanto más emprendamos este arduo trabajo de refinamiento, menos tiempo tendremos para concentrarnos en las deficiencias de los demás y más habilidad desarrollaremos para servir como agentes de la verdad y la reconciliación de Dios cuando llegue el momento de confrontar a los poderes de nuestro mundo.
Cuando levantas la vista de los titulares, de las redes sociales y de los desafíos diarios de tu vida en esta era teñida de Covid — ¿puedes ver la estrella de esperanza que brilló en esa primera Epifanía hace tantos años?
¿Puedes sentir su luz invitándote a emprender el camino de fe de toda una vida y a brindar tus mejores dones al servicio de Aquel que rehace el mundo?
Esta nueva estación de Epifanía es un momento para permitir que esa luz nos dé nueva forma, y un momento para permitir que nuestras propias vidas entren de nuevo en órbita alrededor del Hijo de Dios y su reino transformador.
Si lo hacemos así — prestándole atención renovada a nuestras vidas de oración, volviéndonos más conscientes de las maneras en que hablamos y servimos a los demás, y caminando juntos como comunidad de fe en estos tiempos tan desorientadores — entonces las palabras del profeta Isaías encontrarán expresión dentro y a través de nosotros.
Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti. Porque tinieblas cubrirán la tierra Y densa oscuridad los pueblos. Pero sobre ti amanecerá el Señor y sobre ti aparecerá Su gloria.
¡Levanta los ojos y mira a tu alrededor![1]
[1] Isaiah 60:1-2;4