La tercera parte de nuestra serie sobre el bautismo se enfoca en las primeras tres preguntas que el sacerdote le hace a los candidatos al bautismo y a los padres y padrinos, después que son presentados.

Estas tres preguntas tienen una palabra y un concepto en común.

Renuncia.

No es una palabra que usamos con frecuencia en nuestro hablar diario, y sin embargo la renuncia sobresale en estas preguntas, que tienen todas que ver con apartarnos de las fuerzas espirituales del mal en nuestras vidas.

¿Qué significa renunciar a Satanás y a las fuerzas espirituales del mal que se rebelan contra Dios?

¿O renunciar a los poderes malignos de este mundo que corrompen y destruyen a las criaturas de Dios?

¿O renunciar a todos los deseos pecaminosos que nos apartan del amor de Dios?

Pudiera sernos de ayuda mirar primero hacia la raíz de la palabra renuncia.

Antes de que surgieran en el lenguaje las partículas que modifican palabras ya existentes, con el propósito de indicar lo opuesto (palabras como in-explicable, ir-responsable), había menos maneras de expresar la intención que yace bajo una acción como la renuncia.

El término renuncia proviene de dos raíces en el latín. Nuntiare, que quiere decir anunciar o hacer llegar un mensaje, y Re, que expresa revocación.

Es decir, renunciar a algo puede querer decir revocar el anuncio que se había hecho anteriormente de esa cosa. Oyéndolo con un oído moderno, puede hacernos pensar también en lo que necesita ser anunciado nuevamente en su lugar.

Yo encuentro esto fascinante, especialmente después de haber pasado recientemente por la Navidad, que tiene como su centro el misterio de la Anunciación.

Gabriel, un ser espiritual, en línea con Dios, le anuncia a María que dará a luz un hijo que también es Hijo de Dios y que enderezará de nuevo a este mundo desordenado, que está de cabeza.

Ése fue el mensaje que llevó a María a creer en que el Espíritu Santo dirigiría su vida, lo cual condujo al nacimiento y a la crianza del hombre a quien encontramos hoy en la sinagoga de Capernaúm, enfrentando a las fuerzas espirituales corruptoras que operan incluso en los espacios sagrados.

 Jesús hace un par de cosas en esta escena que nos dejan saber de qué se tratan realmente nuestras promesas de renuncia.

Primero, se enfrenta al espíritu corruptor y no le permite continuar poseyendo y controlando la vida del hombre.

Segundo, aunque el demonio trata de nombrar a Jesús por quien es, Jesús lo silencia, lo expulsa y libra al hombre de su influencia.

Enfrentamiento, silencio, expulsión, libertad.

Estos son los pasos a tomar para renunciar al poder desordenado y a la influencia de las fuerzas destructoras, en favor del poder liberador, constructivo y la dirección de Dios.

Primero tenemos que ser capaces de hacerle cara a los demonios que buscan controlar nuestra vida. En estos días, esa puede ser una dura tarea.

¿Cuáles son las fuerzas corruptoras que compiten por tu lealtad, tu atención y tu energía, y que amenazan con consumir tu vida?

¿Puedes nombrarlas?

Tómate un momento para reflexionar sobre ellas y confrontarlas.

Si estás verdaderamente comprometid@ con renunciar al control que tienen sobre tu vida, entonces el próximo paso es silenciarlas.

No me refiero a silenciar una auto-reflexión sana como manera de escapar de toda duda. Me refiero a silenciar las mentiras que oímos y que empezamos a creernos, y que no provienen de – ni conducen a – Dios.

Esas mentiras pueden fácilmente distorsionar nuestros pensamientos saludables y desafiar la verdad de nuestra voz interior.

Silenciar las fuerzas corruptoras significa no permitir que las mentiras l@ disuadan de convertirse en la persona que Dios l@ ha creado para ser.

Con la ayuda de Dios, estamos llamad@s a renunciar — es decir, a revocar al anuncio — de voces externas que afirman que las cosas son de “nosotros contra ellos”, que dicen que no somos “suficientemente buenos” o “suficientemente capaces”, o que no estamos “suficientemente conectados” para experimentar la bondad de Dios en esta tierra y en nuestras vidas diarias.

En el Bautismo, nos vemos liberados por siempre del control que tienen estas falsedades sobre nosotros y renunciamos a ellas como manera de anunciar de nuevo, públicamente, que el único que tiene un reclamo sobre nuestras vidas es Cristo, la imagen encarnada del amor de Dios.

Es el poder de Cristo el que expulsa a los espíritus corruptores, a los demonios, a las mentiras — a cualquier cosa que amenaza con usurpar el lugar de Dios en nuestras vidas — y el que nos libera para convertirnos plenamente en quienes somos.

Y tal como en la escena de hoy del Evangelio de Marcos, el resultado de reclamar y vivir en esa libertad es que el mensaje de Jesús comienza a propagarse a través de nosotros.

Los demás son testigos de que no estamos bajo la influencia del vaivén de la multitud, sino que en cambio vivimos según los mandamientos del Reino.

Nuestras vidas mismas son una anunciación, otra vez más, del Rey alternativo a quien entregamos nuestros corazones y nuestras manos.

En mi experiencia, renunciar al mal y a su corrupción es algo que necesitamos hacer con frecuencia y de manera saludable, para que el acto repetido de renunciar a algo no acabe otorgándole una influencia indebida a esa cosa.

Por eso es que odiar a algo o a alguien es un tipo de encarcelamiento — donde el objeto del odio desplaza todo el espacio que hay para Dios.

Necesitamos reafirmar nuestro compromiso y nuestras prioridades con suficiente frecuencia para que se arraiguen y florezcan en nosotros, pero a la misma vez no podemos definirnos demasiado por ninguna cosa a la cual estamos buscando oponernos o abandonar, aún por los mejores motivos.

Es un equilibrio delicado y, tomo tal, require la ayuda de Dios para lograrlo.

A fin de cuentas, es Cristo el que nos libera y rompe los lazos y las cadenas que nos esclavizan al pecado.

Nuestra tarea es de unirnos a Cristo, a través del Bautismo, y de revocar lo que anteriormente le declarábamos al mundo.

Mientras que una vez nos servíamos a nosotros mismos o a los poderes de este mundo, ahora servimos a Cristo.

Que usted renuncie al control que cualquier otro espíritu pueda tener sobre usted en esta semana, y que recuerde su conexión indisoluble con su Creador, Redentor, y con el Espíritu de la Verdad que nos une a todos en el amor.