30 de mayo, 2021
El Revdo. Austin K. Rios
Hechos 2:1-21

Si creemos que por la gracia y misericordia de Dios hemos sido injertados en la vid viva a fin de producir frutos para la sanación del mundo, entonces alineamos nuestras vidas con los métodos y las maneras de producir los mejores frutos y de distribuirlos lo más amplia y libremente que podamos.


El encuentro entre Jesús y Nicodemo nos ofrece un vistazo de cómo Jesús le comunicaba las buenas nuevas a los demás.

Nicodemo, un miembro de alto rango de la sociedad religiosa judía, se acerca a Jesús de noche porque siente curiosidad por el evangelio que Jesús proclama, a la vez que le teme a cómo ese mensaje profético pudiera resultar amenazante.

Al igual que los antiguos profetas principales — como Isaías, Jeremías y Ezequiel — cuyo llamado incluía pronunciar verdades duras en tiempos oscuros con la esperanza de que hubiera un realineamiento sagrado y vivificador con Dios, Jesús el profeta galileo le está pidiendo a quienes lo escuchan que se alineen con una realidad que cambia la vida.

En su esencia, esta realineación tiene que ver con reconectar la división falsa entre cielo y tierra, entre materia y espíritu, entre rico y pobre, judío y gentil, entre Dios y la humanidad.

Me encanta que Jesús aborda un asunto tan complejo de la manera más simple posible.

Para todos los que, como Nicodemo, queremos ver el reino de Dios y queremos saber lo que significa “nacer de arriba”, Jesús ofrece, como punto de entrada, el ejemplo de cómo sopla el viento.

Puede que no veamos el viento, pero sí podemos ver la manera en que mueve los árboles, y podemos sentir su toque ligero en nuestras mejillas.

Puede que no sepamos nada sobre de dónde viene el viento ni de la ciencia de sus patrones de movimiento a través de la tierra, pero nuestra vida aún se ve afectada por él.

Así es con el movimiento del Espíritu y los mayores designios de Dios.

Para nacer de arriba — para entrar en el reino de Dios que Jesús está proclamando — no necesitamos ser capaces de explicar el misterio del viento.

Solo tenemos que poder relacionar ese misterio con los demás para que puedan verse afectados por él.

En este Domingo de la Trinidad en que ponemos en alto nuestro entendimiento cristiano de Dios como tres en uno — como completamente Creador/Padre, completamente Redentor/Hijo, completamente Santificador/Espíritu — puede ser liberador sencillamente dejar que el misterio de la Trinidad sea.

Pero permitir que el misterio permanezca no significa que pretendamos que su verdad no tiene efecto sobre cómo vivimos nuestras vidas.

Si creemos que Dios es un Uno unificado, en relación fluida y redimida, entonces hacemos todo lo que podemos para modelar nuestras relaciones de acuerdo con esa verdad.

Si creemos que la orientación fundamental de Dios hacia toda la creación es el amor, en lugar del castigo, entonces hacemos todo lo que podemos para hacer del amor la matriz sobre la cual construimos nuestras vidas.

Si creemos que por la gracia y misericordia de Dios hemos sido injertados en la vid viva a fin de producir frutos para la sanación del mundo, entonces alineamos nuestras vidas con los métodos y las maneras de producir los mejores frutos y de distribuirlos lo más amplia y libremente que podamos.

Jesús habla claramente con Nicodemo sobre el viento, el agua y el nacimiento porque son revelaciones del mundo natural con las cuales todos podemos relacionarnos.

Pero en todos estos ejemplos naturales hay un misterio más profundo que Jesús llama a sus oidores a perseguir.

El misterio de cómo el viento y el agua están relacionados y de cómo el nacimiento y la muerte parecen fluir el uno del otro.

El misterio de cómo la ingenuidad y habilidad humanas pueden encontrar maneras de aprovechar el poder del viento para el bien del planeta, y la manera en que las verdades excelsas y celestiales que perseguimos se encuentran incrustadas en los lugares más simples y terrenales.

Para aquéllos que desean nacer de arriba — aquéllos que desean participar en los movimientos misteriosos del Dios Trino — el camino para hacerlo pasa por medio de cómo atendemos y entendemos la materia y las cosas de nuestra vida cotidiana.

Cómo permitimos que Dios sane los lugares quebrantados de nuestras vidas.

Cómo usamos nuestras experiencias y lo que entendemos sobre la naturaleza de Dios para darle forma a nuestra vida comunitaria.

Cómo cuidamos del mundo natural y de los vulnerables sobre esta tierra por el amor de Dios y por nuestra convicción de que estamos todos conectados los unos con los otros por la gracia de Dios.

Ése es nuestro llamado en este Domingo de la Trinidad — confiar en que los misterios que anhelamos se pueden experimentar al llevar a cabo los múltiples actos simples de amor que cada día nos ofrece, y relacionándonos los unos con los otros de la manera que Dios se relaciona con nosotros.

Naturalmente, profundamente. Con la esperanza de integrar la verdad y el misterio y el amor que subyace y sustenta a todo.