La liturgia de la Palabra en este domingo nos dice que: Con valentía y coraje, también nosotros podemos cambiar de vida!
La Palabra de Dios, nos sigue hablando del tema de la vocación. Si la semana pasada la primera lectura nos presentaba la vocación de Samuel, hoy nos presenta la de Jonás y en el evangelio, volvemos a contemplar la vocación de los primeros discípulos: Pedro, Andrés, Santiago y Juan.
Jonás había huido de Dios. Intentó escapar de su presencia, quiso no dar escucha a su mandato. No quería ir a Nínive para predicar y hacer que los ninivitas se convirtieran de su mala vida. Según Jonás era inútil marchar a un pueblo pagano que sólo pensaba en las cosas mundanas.
Pero Dios persigue al profeta hasta rendirlo y es que a Dios no hay quien se le resista. Al final vence siempre él. Por eso es conveniente evitar todo forcejeo inútil, no poner resistencia. Lo mejor es darle facilidades, hacer lo que su voluntad determine, sea lo que sea.
Si obramos así nos maravillaremos del resultado. Dios es así, puede hacer que nazca una flor en el decierto. Para su fuerza y voluntad no hay obstáculo que se ponga en su camino. El puede curar, sanar, enderezar los caminos torcidos de los corazones, El lo puede todo porque Yavhe es su nombre.
Muchas de las veces fácilmente nos olvidamos que Dios es Omnipotente y Omnisciente y en consecuencia cómo nos cuesta aceptar las cosas, sobre todo cuando no están de acuerdo con lo que nosotros pensamos. Actuando así nos resulta casi imposible ver claro el horizonte de nuestra existencia.
Por eso tenemos que pedirle siempre que ilumine nuestro pobre entendimiento con la luz de la fe, para vivir convencidos de que Dios lo puede todo. Y de que nos ama entrañablemente. Para que así sepamos aceptar sus planes y deseos. Por muy extraños y difíciles que nos parezcan.
Necesitamos ser valientes para escuchar la voz de Dios y seguirla con generosidad y prontitud. Es muy fácil aturdirse con mil preocupaciones, no pararnos a reflexionar bajo la luz de la fe, no llegar hasta las últimas consecuencias.
Reconozcamos que muchas veces somos cristianos sólo de nombre. Nuestras relaciones con Dios se reducen a poco más de asistir a la Eucaristía. Olvidamos que Dios está presente, cerca de nosotros, en las realidades que vivimos cada momento y que, grandes o pequeñas, constituyen el tejido de nuestra existencia.
Dejemos de mirar a ras de tierra. Hemos nacido para hacer grandes cosas. Dios nos llama, respondamos con valentía, seamos audaces y generosos en la entrega.
El Señor, hoy nos dice: ha llegado la hora, en la cual tenemos que cambiar de actitud ante la vida y los acontecimientos en mi diario vivir.
Una sola cosa existe perpetua, para siempre en este mundo y esto es Dios y su Reino y ese Dios y ese Reino ya están aquí. Triunfará como Jonás convirtiendo a Nínive, como los pescadores convirtiendo al gran imperio romano. Porque nos guste o no, la última palabra la tiene siempre Dios.
Podríamos reflexionar varias cosas sobre la vocación, sobre el llamado que Dios nos hace: La primera podría ser que Dios quiere comunicarse con nosotros, que nos habla y nos llama y nos encomienda de anunciar su reino a todas las almas de buena voluntad.
Otra cosa interesante podría ser que Dios nos habla y nos llama en la vida cotidiana, en el trabajo de todos los días, de la misma manera que a sus primeros discípulos, que estaban pescando.
También será interesante recordar que Dios no nos pide cosas extrañas, ni imposibles de realizar, o para las que no estemos preparados, sino que nos da las fuerzas necesarias para que lo podamos llevar adelante.
Y un último aspecto, y es que Dios quiere contar con nuestra colaboración, con nuestra disponibilidad, que no hará nada sin nosotros, sin nuestro SI.
En este domingo, tambien sería importante meditar en el hecho de que la vocación tiene también un carácter comunitario, es decir, que Dios no nos llama a nosotros solos, ni de manera individual, sino que lo hace en grupo, en comunidad, en Iglesia. Por eso, lo primero que hace Jesús en su vida pública es formar un grupo para vivir el proyecto del Reino de Dios al que ha sido llamado por su Padre. No quiere hacerlo solo, no porque no pueda, sino porque el estilo de Dios es que su mensaje de amor llegue a todos.
Dios nos llama a ser familia, hermanos y hermanas a actuar de manera comunitaria, eclesial. Nuestra vocación se realizza como tal y tien verdadero sentido en cuanto formamos parte de una comunidad de fe, de donde nos alimentamos de la experiencia del grupo de hermanos y hermanas en Cristo. Somos el grupo de los seguidores de Jesús, que hemos respondido a su llamada y queremos seguirle y darlo a conocer, juntamente con otros, que han escuchado la misma llamada y realizan la misma tarea, esto es: anunciar la buena noticia del evangelio.
La primera invitación que Jesús hace al iniciar su vida publica es: “está cerca el Reino de Dios: conviertanse y crean en el evangelio” y su primera acción es: “vengan conmigo y los haré pescadores de hombres”.
La llegada del reino, exige un cambio drástico que, en el vocabulario bíblico, se llama “conversión”.
Como no se trata de un acto puntual y aislado, sino de un camino que debemos recorrer, necesitamos tener claridad sobre las diversas etapas que lo conforman: Lo primero que debemos hacer es reconocer que necesitamos la gracia de Dios para podernos abrir a la propuesta de salvación que se nos ha revelado en Jesús. Solos no podemos hacer nada.
Con actitud humilde debemos emprender una cuidadosa revisión de nuestras negatividades (en la familia, en el trabajo, en las relaciones con los demás). Con honestidad, sin disculpas y sin maquillajes. Por otra parte este proceso de la “conversión”, que nunca termina, implica oración, lectura y meditación de la palabra y logicamente es necesaria la acción.
El mensaje concreto que podemos extraer quienes participamos en esta eucaristía es: que el camino de la fe es una respuesta confiada e incondicional a una iniciativa del amor de Dios, que nos llama a compartir su vida y nos ha constituido, en Cristo, como hijos suyos. Nuestro SÍ, no es algo abstracto sino que se concreta en el proyecto de vida, teniendo muy claro que no existe un formato único para seguir a Jesús.
Para terminar, recordemos siempre que el Espíritu Santo suscita carismas y vocaciones muy diversas, y son innumerables las posibilidades de servir a Dios en nuestros semejantes. De aquí la importancia de favorecer un clima de oración y reflexión que nos permita escuchar la voz de Dios que nos habla a través de los acontecimientos de nuestra historia personal. Amén!