La mies a la verdad es mucha; mas los obreros, pocos…
Lucas 10:2
Sermón del Rev.do Dott. Francisco Alberca
Hoy la palabra nos invita a meditar y a que seamos conscientes de la bellísima realidad, de que todos pertenecemos al grande movimiento de Jesús.
Nuestro sumo maestro ayer como hoy nos envía al mundo con poder que nos viene del Espíritu Santo; este mandato nos da el poder para expulsar toda clase de demonios, curar enfermedades, proclamar el reino de Dios y sanar a los enfermos.
Jesús, como lo hemos leído en el Evangelio, con el mandato dado a los setenta y dos, deja muy claro que, proclamar las buenas nuevas del Reino de Dios, no es vocación exclusiva de los primeros Apóstoles o de las personas consagradas.
Este es un mandato a todos los que por medio del bautismo nos hemos convertido en sus discípulos. Jesús deja claro que, proclamar la Buena Nueva del Reino, no es una tarea individual sino una actividad comunitaria, que se practica en sociedad, porque el Evangelio es dirigido a seres sociables, hombres y mujeres que son conscientes que no están solos en este mundo.
Es a este mundo, a esta sociedad en conflicto, a la que tenemos que anunciar la buena nueva, no únicamente con la palabra si no que más aún con los hechos. Tenemos que ser conscientes que este mundo tiene sus raíces en las desigualdades sociales y económicas, el Reino de Dios ofrece una visión de justicia arraigada en el respeto por la dignidad de todo ser humano; un respeto que no está basado en los prejuicios de nuestro tiempo, en la exclusión económica, de género o raza.
Anunciar el Reino de Dios es proclamar una nueva forma de ser y de estar en el mundo; es una nueva forma de entender cómo nos relacionamos, abrazando y viviendo esta justicia y paz que nace del amor. El Reino se trata de entender un nuevo orden, el de Dios sobre todas las cosas; de una proclamación que tiende a transformarnos y cambiarnos la vida, nuestra vida dentro y fuera.
Proclamar esta Buena Nueva es llevar el mensaje de liberación y esperanza a un mundo que desconoce que Dios está entre nosotros. Esta nueva visión del Reino no es puro idealismo y sueños imposibles sino una posibilidad real, porque Dios camina con nosotros, es parte de nuestra historia y porque Dios actúa constantemente en nuestro mundo y en nuestras vidas.
Esto nos tiene que llevar a pensar y sobre todo a creer firmemente que; ninguno de nosotros es iglesia por sí mismo, la Iglesia no es únicamente un edificio, tampoco se trata de una denominación, no es algo que se vive nada más el domingo y basta. La Iglesia somos cada uno de nosotros, nosotros somos las manos y los pies de Jesús. Dios bendice con nuestras manos, abraza con nuestros brazos, ama con nuestros corazones.
Todos somos la Iglesia; todos somos sus manos y sus pies. Nosotros como la primera comunidad tenemos que confiar en Dios y con nuestro trabajo de equipo seguir adelante. Jesús, el Cristo resucitado vive y continúa a renovarnos cada día a través del don del Espíritu, mandándonos a continuar su trabajo sin temor y sin miedo.
Probablemente nos estemos preguntando ¿Qué debemos hacer para ser esas manos y esos pies de Jesús? ¿Cómo podemos serlo cuando Jesús mismo nos dice que nos envía en medio de lobos que habitan entre nosotros hoy? Los lobos de nuestro tiempo son la intolerancia, injusticia, ignorancia, codicia, hambre, odio, homofobia, racismo y como siempre lucha de clases.
Dios sueña con una Iglesia que no exista primeramente para servir a sus propios miembros, por el contrario, sueña con una que sea comprometida en la transformación de vidas, que sea esas manos y pies de Jesús por el bien del mundo. Dios sueña con una Iglesia que se enfoque en hacer discípulos, en una Iglesia que se esfuerce en dar poder a su gente para que puedan vivir su fe en su vida diaria y así poder compartir todas las maravillas que Dios ha hecho y hace en sus vidas.
Muchos intentarán que nos quedemos quietos y callados. Que nuestros criterios, nuestros sanos principios queden sepultados en el olvido. A ello tenemos que responder con la fuerza de nuestras convicciones más profundas. ¡Mirad que los mando como corderos en medio de lobos! Tenemos que responder con la constancia de nuestro trabajo. Las fieras también se pueden domesticar.
Tengamos siempre las manos libres para abrazar con libertad y sin condiciones. Aleguémonos de todo tipo de falsas seguridades y no dudemos en aferrarnos a Cristo que nunca nos faltará ni defraudará.
Jamás tenemos que perder la esperanza porque ¡el Reino de Dios está cerca! Aunque todo nos parezca sin sentido e infructífero; si bien nuestras fuerzas decaigan; tenemos que pensar y confiar que Dios está con nosotros.
¡Tener siempre presente que nuestros nombres están inscritos en el cielo! Cesan las luchas en la tierra y comienza el descanso celeste. Se apagan las luces de este mundo y se enciende para siempre la luz del lugar reservado para los que han combatido bien la batalla. ¡Amén!