¡Feliz Año Nuevo y Feliz Navidad a todos ustedes!

A la misma vez que abordamos con alegría este cambio de página, tan bienvenido, del 2020 al 2021, me doy cuenta que quiero permanecer un poco más en esta breve estación de Navidad.

Esto es buena noticia… porque tenemos hasta el fin del miércoles 6,día de la Epifanía o de Reyes, para permanecer en el espíritu de Navidad.

Sin embargo, en vez de mantenerme atado sólo a las canciones de fiesta, a las comidas ricas y al dis-frute de los regalos, me doy cuenta que me siento atraído esta semana al misterio de cómo Dios tra-baja en el mundo.

La lectura de hoy, del evangelio de Juan, está llena de bombones teológicos — golosinas para los em-pollones entre nosotros que encontramos esperanza y fe al abrir los regalos complejos y maravillosos del dogma y de la doctrina.

Pero hay muchos entre nosotros que se emocionan mucho menos ante estas complejidades. Existe todo un gran mundo allá afuera, lleno de gente cuyos corazones y vidas no se verán conmovidos ni transformados por ningunos de nuestros esfuerzos de explicarles teología.

Lo que me llena de la lectura de hoy es que la luz y el amor de Dios no se ven limitados por las cate-gorías ni las tribus en las que existimos. A la misma vez que estos grupos nos pueden brindar un apoyo real, y que pueden significar mucho para nosotros, también pueden servir como barreras para crear la raya, la distancia, entre nosotros y aquéllos que nos resultan diferentes o extraños.

En vez de hacer eso, Dios se extiende y llega a personas de distintos tipos y antecedentes a través de los medios que se conectan con ellos.

El prólogo al evangelio de Juan dice que la “luz verdadera” vino al mundo y el mundo no lo recono-ció… y que la luz vino como una presencia interna dentro de su propio clan, pero que no se benefi-ció del privilegio de estar en el grupito de adentro.

La luz que es la vida de toda la humanidad no vino sólo para mejorar al clan y a la tribu, ¡sino para dar la vida de la creación al mundo entero!

No tenemos que mirar más allá de los reyes magos del Oriente para ver cómo es cierto.

Las luces que les llegaban a ellos eran las estrellas de los cielos, y al ver una estrella especial en el cielo (quizás algo parecida a la conjunción reciente de Júpiter y Saturno), la siguieron hasta un país que no era el suyo, hasta el aposento de un rey humilde y pobre, pero para ellos más magnífico que las túni-cas suaves y la labia seductora que habían presenciado en el palacio de Herodes.

Y por ese encuentro con la luz verdadera que emanaba del pesebre, la vida entera les fue transforma-da.

Una vida transformada — el poder de hacerse hijos de Dios, nacidos de Dios, sin importar de dónde vienen, ni como los demás lo miran a uno — ése es el don que Dios nos ha dado en Jesucristo.

Nosotros, que hemos sido hechos “el grupito de adentro” con relación a este entendimiento y a esta ver-dad, tenemos que estar constantemente alertas a cómo Dios está extendiéndose hacia los demás para llegar a ellos.

Para mí, eso significa estar alerta a cómo Dios se está comunicando con aquéllos que no hablan mi “lenguaje de iglesia”, y significa estar dispuesto a escucharlos según me hablan de cómo sus vidas están siendo transformadas, sin tener en cuenta si la iglesia o yo hemos jugado algún papel en esa transformación o no.

Significa mantenerme vigilante ante las maneras sutiles en que la luz verdadera brilla en los aspectos ordinarios de mi propia vida, y estar dispuesto tanto a experimentar asombro ante esa luz como a nombrarla y compartirla con los que se encuentran lejos y los que están muy cerca.

Porque las fronteras que construimos no son siempre entre naciones y tribus y lenguas, sino también entre los ámbitos de lo que entendemos en el tiempo presente, y el entendimiento y la vida más pro-fundos que Dios nos llama a recibir.

Los reyes magos del Oriente nos brindan un buen modelo de los “otros” que se encuentran fuera de nuestro grupo y que entienden la verdad mejor que “nosotros”, y de las vastas regiones de entendi-miento que quedan por explorar y que yacen fuera de las fronteras de nuestra conciencia actual.

El don que une a ambos es el don de la luz verdadera en Cristo, una luz que se localiza en un tiempo particular, en un ambiente religioso, en un lugar, pero que fácilmente se extiende más allá de ese contexto para expandirse a través del tiempo y del espacio, para llevar la vida a su plenitud según la in-tención de Dios.

¿Tú, cómo puedes recibir mejor esa luz en este nuevo año y en los días que nos quedan de esta estación?

¿Quiénes son aquéllos que están fuera de las fronteras de tu grupo, que pueden estar buscando y encontrando la luz de maneras de las cuales pudieras aprender?

¿En estos momentos, cuáles son los límites de tu fe y de tu entendimiento que la luz verdadera pudiera estar animándote a trascender, para que puedas experimentar lo que significa ser hijo de Dios?

La Navidad es una estación para hacernos estas preguntas y un tiempo para dejar que el don que hemos recibido en Cristo nos conduzca a nuevos territorios, a nuevos senderos de fe y a nuevos niveles de transformación que no podíamos imaginar antes.

No teman a las fronteras, querido pueblo de Dios, porque más allá de ellas la luz verdadera brilla y nos llama.