En este mundo tan convulsionado en el que vivimos nos lastima grandemente todo lo que está sucediendo: pestes, inundaciones, feroces huracanes, hambre, sed, muertes, injusticias, odio, desprecio, intolerancia y grandes sufrimientos causados por la naturaleza y producidos por nuestras manos. 

Y alguien preguntó: “Y ¿dónde está Dios cuando los huracanes destruyen pueblos enteros o cuando por terremotos muere tanta gente y lo más grave cuando vemos morir de hambre y de sed muchos niños en los países pobres?”  O por qué tanta aflicción a causa de pestes tremendas? Estas preguntas nos las hacemos todos los seres humanos frente a acontecimientos y a situaciones de la vida cotidiana y es que algunas personas creen que los fenómenos naturales y las calamidades las provoca Dios para castigarnos. 

Recordemos los murmullos de nuestros ancestros israelitas en la lectura del Éxodo que acabamos de escuchar. Los israelitas iban de camino hacia la tierra prometida cuando se rebelaron contra Moisés y contra Aarón a causa del hambre y la sed en el desierto, mas no pensaban en los años de esclavitud a los que habían estado sometidos. Pero Dios, siempre comprendiendo la mezquindad y la falta de entendimiento de su pueblo, actúa con generosidad y misericordia. No toma en cuenta su rebeldía porque conoce bien el corazón de su pueblo, que solo sabe reclamar, exigir y murmurar. 

Reclamar, exigir y murmurar son algunas de las respuestas del ser humano, delante de la desidia de la vida. El problema es que nunca acabamos de sentirnos satisfechos; siempre hay algo que no nos gusta o que nos hace falta, esto porque el corazón humano, de las cosas de este mundo jamás se sacia. Pero Dios a pesar de todo, siempre camina a nuestro lado y nos provee todo cuanto necesitamos y al cumplirse los tiempos nos mandó a su único hijo y nos los lo dejo como alimento espiritual, como viático para acompañarnos en el peregrinaje por este mundo.  

El absurdo creer que Dios nos ha abandonado persiste a través de generaciones y culturas de personas creyentes y no creyentes. Muchas veces el sentimiento del abandono de Dios es motivo de temor y angustia. Olvidamos que Dios no es caprichoso ni castigador. Dios es para cada uno de nosotros y nosotras una presencia constante, inmensamente protector, compasivo y generoso. 

Esa presencia divina protectora, compasiva y generosa se manifestó en la bondad de las personas que salieron al rescate de los miles de víctimas de los últimos desastres causados por la migración, fenómeno que no es otra cosa que fruto del egoísmo del ser humano. 

Dios estaba con las personas solidarias que procuraron y dieron alimentos y agua, con los socorristas que trabajaron horas incontables para salvar vidas. Dios estaba presente con las personas que sobrevivieron bajo los escombros de los  terremotos y no olvidemos que Dios estaba con la multitud de personas unidas en oración, pidiendo fortaleza y protección para los enfermos, médicos y enfermeros que luchan en primera fila contra enfermedades y pestes tremendas como el corona virus. Como bien dice el himno, “Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro, tan cierto como en la mañana se levanta el sol, tan cierto como yo le canto y me puede oír”. 

El apóstol Pablo en su carta a los Filipenses nos dice: “Procuren que su manera de vivir esté de acuerdo con el evangelio de Cristo, quiero recibir noticias de que ustedes siguen firmes y muy unidos, luchando todos juntos por la fe del evangelio.” El apóstol Pablo se destacó por ser un gran evangelizador, pues desde la cárcel se comunicaba con las nuevas comunidades cristianas y se mantuvo pendiente a ellos. Sufrió mucho, lo cual, no fue obstáculo para continuar firme en su fe y en su amor a Jesucristo.  

Pablo nos dice que tenemos que ser fuertes y confiar siempre en nuestro Dios, pues nos dará las fuerzas para luchar y al fin de cuentas vencer y salir adelante. El apóstol nos exhorta a no desmayar, a no perder la fe porque es lo único que nos mantiene unidos al Señor. 

Jesús nos invita a que siempre reconozcamos el amor de Dios manifestado a toda su creación y también a compartir su amor con nuestros hermanos y hermanas, pues somos hijos e hijas de un solo Padre amoroso y compasivo. Vivimos en la gracia de Dios y se nos invita a amar a toda la humanidad y a servir a toda persona, no siendo ajenos al dolor humano ni al sufrimiento de personas simplemente porque no los conocemos o porque no pertenecen a nuestra comunidad.   

Ese conmiserarse con el dolor y la tragedia ajena lo hemos visto en las redes sociales y lo hemos escuchado en las noticias, a raíz de los recientes desastres y pérdidas de vidas humanas en esta última grande peste del corona virus. 

Hermanos y hermanas, esta respuesta humana ante lo catastrófico, ante el sufrimiento; es el ejemplo del evangelio de Cristo que el apóstol Pablo menciona, necesariamente también va de la mano con nuestros votos bautismales, que nos tiene que llevar a proclamar por medio de la palabra y el ejemplo de vida, las Buenas Nuevas de Cristo. Es decir, de buscar y servir a Cristo en todas las personas, amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos y de luchar por la justicia y por la paz de todos los pueblos respetando la dignidad de cada persona. 

Proclamar por medio de la palabra y el ejemplo las Buenas Nuevas de Dios en Cristo equivale a mantener viva nuestra fe y practicar la justicia y la misericordia. Vivimos en un mundo donde la injusticia se pasea hasta por nuestros hogares, pero muchas veces no nos damos cuenta.  

Ser justo significa ser solidario, compasivo, tolerante, humilde, generoso y practicar la igualdad. Dejar a un lado las quejas, las inconformidades, los reclamos, las murmuraciones. Tenemos un Padre Celestial que nos trata con dignidad y eso mismo estamos llamados a hacer con las demás criaturas de Dios. Jesús nos trae hoy un ejemplo perfecto de generosidad, misericordia y justicia. 

En ocasiones llegamos a pensar que las víctimas de todo lo que sucede en el mundo son los últimos, los mas desafortunados, los olvidados de Dios y del mundo. Pero no es así, recordemos siempre lo que Jesús dice sobre los últimos: “los últimos serán los primeros”.  Él, que es inmensamente justo, compasivo y generoso a su debido tiempo, dará a cada uno lo que por justicia divina le corresponde, ni más ni menos. Amén!