Queridos hermanos y hermanas, hoy con la gracia de Dios estamos recordando a todas las almas que gozan ya de la gloria de Dios en el cielo. Santos no son sólo los que a lo largo del año litúrgico los celebramos. Dice el Apocalipsis que es «una muchedumbre inmensa» que nadie podría contar.
Hoy no es un día de tristeza, aunque muchos acudan a los cementerios a recordar a sus seres queridos y añorar con sentimiento su presencia entre nosotros. Hoy es un día de alegría porque muchos hermanos y hermanas han llegado a la meta del encuentro con el Padre.
Toda esta muchedumbre, está formada por personas normales, que conquistaron la santidad en el día a día, allí encontramos padres y madres de familia que, a pesar de las dificultades, confiaron siempre en el Señor y transmitieron a sus hijos e hijas el don de la fe. Estos son los verdaderos santos, los que realizaron su tarea de padre o madre con una dedicación ejemplar. Hoy es un día para dar gracias a Dios por tantas personas buenas que nos han precedido en la fe.
Humanamente nos podemos preguntar ¿Cómo llegar a ser santos? A veces, tratando de dar respuesta a esta pregunta da la sensación de que tenemos que hacer cosas extraordinarias, cosas fuera del común. Pero en realidad nos es así, cada cual se santifica a su modo, cada cual con sus cualidades, con sus virtudes, con los dones que le ha dado el Señor.
Es santo aquella persona que vive según el espíritu de las bienaventuranzas. El fundamento de la santidad está en vivir según ese estilo e intentar ser manso, pacífico, misericordioso, pobre de espíritu, sufrido, luchador en favor de la justicia, limpio de corazón.
Hoy demonos un reto, almenos un día a la semana tratemos de vivir con el espíritu de un santo, y así al final de la gornada nos daremos cuenta que hemos trascurrido un día de leones, un día de campeones, de personas victoriosas; porque nos daremos cuenta lo hermoso y al mismo tiempo, lo dificil que es ser santos y santas. Nos daremos cuenta que esta manera de vivir contrasta con lo que dice el mundo, pero es la única manera de seguir a Jesús.
Justamente hoy recordamos a muchos seres queridos, familiares y amigos que gozan de la presencia del Dios viviente “tal cual es”, justamente porque vivieron luchando por dar las espaldas al mal de este mundo.
Con esta fiesta nos recordamos unos a otros que esa es nuestra meta, encontrarnos con Dios cara a cara y gozar de su presencia por toda la eternidad. Ese es el destino que Dios tiene preparado para sus hijos, para ti y para mí. “Miren que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos” nos dice la Palabra, y por formar parte de esta sagrada familia, seremos semejantes a Él, seremos como Dios.
Los que en este mundo, con la arrogancia quicieron ser como Dios, por desgracia no gozarán de este inefable don, el don de la vida eterna, lo cual tiene que ser nuestro destino final.
Caminemos por los caminos de la vida con la frente en alto, como verdaderos hijos de Dios, sin arrojancia, sin pretenciones, vivamosla con pasión, con alegría, luchando contra toda injusticia y desamor.
Al leer las Bienaventuranzas escuchamos esos gritos de alegría del Señor porque ve cercano el Reino de Dios y la liberación que viene con él. Pero también descubrimos que en su corazón están todas aquellas personas a las que la vida golpea cruelmente, pero que tienen el valor de ofreser a Dios sus sufrimientos con la confianza que su misericordia jamás los defraudará, viviendo siempre con la certeza se están ganando la patria celeste y pasando a formar parte de la gran familia de todos los santos.
Hoy, les invito a seguir el ejemplo de los santos, los cuales amaron a Dios y confiaron en Dios, en los momentos buenos y en los momentos malos; los momentos buenos los vivieron como un regalo de Dios y le daban gracias a Dios por ellos y los momentos malos los aceptaron con resignación cristiana.
Ellos ni en los momentos buenos, ni en los momentos malos, perdieron la calma y la paz interior. Vivieron siempre convencidos de que eran hijos de Dios y de que su Padre Dios no podía querer nada malo para ellos. En todos los momentos mantuvieron viva y activa su fe y su confianza en Dios.
También demostraron en todo momento el amor al prójimo. Quizá este fue el rasgo por el que más fueron conocidos y admirados. Ejercieron en grado máximo la virtud de la caridad, hasta tal punto que nadie se acercaba a ellos sin ser atendido y ayudado, en la medida de sus posibilidades.
Una persona santa, tanto en lo económico, como en lo afectivo y en lo social, siempre estuvieron cerca de las personas pobres, enfermas, tristes o marginadas. Honremos hoy, con entusiasmo y admiración a todos ellos y ellas que hoy forman parte de la muchedumbre inmensa, como aquellos primeros mártires cristianos de los que habla el libro del Apocalipsis, que lavaron y blanquearon sus vestiduras con la sangre del Cordero.
Recordemos siempre que los santos son los que cambian el mundo; que aunque sean pocos, fueron, son y serán sal y luz. Son hombres y mujeres grandes porque grande fue el amor a Dios y al prójimo. Festejar a todos los santos y santas, es tratar de seguir su ejemplo de vida, no significa quedarnos en una simple contemplación. Honrar la memoria de Todos los Santos es recoger la antorcha que ellos llevaron en sus manos a lo largo de sus vidas con gran orgullo y honor, esta antorcha es: la adhesión a Jesucristo muerto y resucitado, y saber crecer espiritualmente aún en medio de defectos o debilidades. Optando claramente, una y otra vez, por el camino de la conversión, la reconciliación y el perdón. Así sea. Amén!