14 de noviembre, 2021
El Revdo. Austin K. Rios
«Pues no va a quedar piedra sobre piedra. Todo será derribado.»
Marcos 13:2
Cuando su mundo se está fragmentando y no sabe cómo seguir adelante, ¿a dónde acude en búsqueda de estabilidad y seguridad?
En el gran marco de la historia, cuando los tiempos son inciertos y nos hacen temer, nosotros los seres humanos hemos buscado depositar nuestra confianza en las estructuras más sólidas que podemos encontrar a nuestro alrededor.
Hemos depositado nuestra confianza en el poder de nuestros gobiernos.
Hemos depositado nuestra confianza en el ladrillo y el cemento, y en los edificios que nos resguardan de las tormentas de la vida.
Hemos depositado nuestra fe en distinciones tales como el estatus, la riqueza y las tradiciones.
Por útiles y maravillosas que resulten todas estas construcciones, tarde o temprano nos fallan.
Incluso los mejores gobiernos pueden traicionar a sus ciudadanos, y a menudo se construyen sobre las espaldas de los pobres.
Cuando los huracanes de la naturaleza hacen sus estragos y cuando soplan los torbellinos internos que azotan nuestras almas, los bastiones del buen tiempo — el dinero y la influencia — ofrecen poco refugio.
Y aún las gloriosas estructuras que nos permiten reunirnos y crecer juntos (como esta iglesia) — estas magníficas pérgolas que nutren nuestra vida colectiva — no pueden resistir eternamente a las presiones del tiempo y de la tempestad.
¿Entonces en qué debemos depositar nuestra esperanza?
¿En quién podemos confiar?
Nuestras lecturas de hoy nos dan un vistazo a la forma en que nuestros antepasados navegaron estas preguntas y ofrecieron sus respuestas en su día.
Quiero apuntar específicamente a la lectura de hoy de 1𐩑 Samuel porque, aunque a primera vista puede parecer como una historia pintoresca sobre la maternidad, en realidad sirve como un lente que ofrece una visión más amplia de la fe.
Empecemos con lo que está sucediendo en la superficie de la lectura.
Se nos presenta en seguida a los personajes de Elcaná, Peniná y Ana, quienes están conectados entre sí a través del matrimonio.
Aunque el tener varias esposas no era una práctica común para los israelitas del 11𐩑 siglo antes de Cristo, no estaba prohibido.
Pero según comienza nuestra historia, pronto empezamos a ver uno de los peligros que presenta un arreglo tal.
Peniná ha podido darle hijos a Elcaná, mientras que Ana no.
Y, según exploramos en el último par de semanas en el libro de Rut, en esos tiempos una mujer sin hijos — especialmente hijos varones — podía encontrarse en una situación peligrosa.
Si su esposo moría y no tenía hijos que la mantuvieran, la viuda confrontaba ser abandonada y deshonrada públicamente y tenía que recurrir a prácticas cuestionables sólo para no morir de hambre.
Así que en las provocaciones de Peniná hacia Ana hay más en juego que simples celos. Existe la posibilidad real de que, sin haberle dado un hijo a Elcaná, Ana pudiera ser descartada como esposa en favor de Peniná y del legado que sus hijos le proporcionaban a Elcaná.
Es con razón que nos erizamos ante un tal sistema y ante las vulnerabilidades que surgían de él para las mujeres — a la misma vez que sabemos que ésta fue la manera en que tantas cosas transcurrieron para muchas mujeres a través de la historia.
Es en este contexto que Ana pone a los pies de Dios sus preocupaciones tan reales sobre su estabilidad y seguridad — rezando y prometiendo dedicar el hijo que tanto anhela al servicio del Señor.
Y, tal como suele ser el caso en la narrativa bíblica, su oración sincera pronto se convierte en su realidad.
En este momento es importante decir que un sinnúmero de mujeres a través de todas las culturas y de todos los tiempos ha rezado sinceramente por un hijo y no ha podido tenerlo.
Para estas mujeres, y para las personas que las aman, historias como las de Ana pueden ser muy difíciles de celebrar, especialmente cuando los predicadores hacen parecer como si el concebir un hijo pudiera lograrse simplemente al rezar más o ser más fiel.
Ése no es el punto de la historia.
La historia sirve más bien como recordatorio de que Dios nos encuentra en medio de nuestra incertidumbre, en medio de nuestra inestabilidad, y de que Dios escoge tantas veces trabajar a través de personas que no tienen a nadie a quien acudir EXCEPTO a Dios.
La historia de cómo el profeta Samuel llegó a existir, y de cómo Israel pasó de ser una colección de tribus gobernada por jueces a una nación gobernada por los Reyes Saúl, David y Salomón, se conecta con la historia de Abraham, Sara y Agar y con la historia de Jacob, Raquel y Lea.
Y la canción de Ana, que probablemente se compuso en una época posterior, cuando la monarquía ya estaba establecida, recuerda la canción de Miriam después del éxodo y sirve como precursora del Magnificat de María — canciones que subrayan que Dios abre un camino donde no lo hay… canciones que nos ayudan a recordar que los reveses y las sorpresas forman parte integral del reino de Dios.
Y al principio de este sermón les pregunté, ¿a dónde acuden para encontrar estabilidad y seguridad?
Para mí, Ana no es una figura venerada sólo por que tuvo un hijo que se convirtió en uno de los profetas más famosos e influyentes de Israel.
Es digna de admiración porque en su hora más oscura, cuando no había luz visible al final del túnel de su desesperación, Ana le derramó su alma a Dios y depositó su esperanza y su confianza en la Roca eterna.
Ésa es la lección que corre a través de la historia de las Escrituras, una y otra vez — desde los cimientos de la creación a la llamada de Abraham, a la saga del Éxodo, al ascenso de los jueces y el nacimiento de una nueva nación, a la época de los profetas, a las vicisitudes de Job, al regreso del exilio, a los días de Jesús y a los seguidores del Camino: la lección de que el único y santo Dios, quien nos encuentra en la vulnerabilidad, es el único en quien podemos encontrar VERDADERA estabilidad y VERDADERA seguridad.
Los gobiernos ascenderán y caerán, y aunque debemos ofrecerles nuestro mejor esfuerzo para ayudarles a cuidar de los más vulnerables y de los perdidos, nuestra lealtad y nuestra confianza final es en Dios y sólo en Dios.
Templos magníficos — como este espacio sagrado de nosotros — son dignos de ser cuidados y honrados para que aquí se adore a Dios y para que el pueblo de Dios sea nutrido y enviado a servir fuera de estas puertas.
Pero llegará un día en que no quedará ni una de las piedras que ahora están en pie, y sólo quedará el templo de Dios que hemos construido en nuestros corazones y que nos conecta a la comunión de los santos en — y más allá de — el tiempo.
Jesús urgió a sus discípulos a dejar ir de los indicadores tradicionales de estabilidad y seguridad — los oficios de sus familias, la riqueza y el estatus que pensaban que podía protegerlos de Roma y de las guerras y rumores de guerra, incluso de los aspectos inútiles de la familia y de las tradiciones religiosas y de las implicaciones institucionales del matrimonio que les impedían tener una relación auténtica con Dios y el uno con el otro.
Fue este dejar ir — de cualquier cosa que podía parecer proporcionar estabilidad y seguridad, pero que finalmente no lo hacía, y entregar su vida por completo al cuidado de Dios — lo que distinguió a nuestros antepasados en la fe.
Nuestro llamado en estos tiempos inciertos y difíciles es seguir el ejemplo de ellos y apoyarnos en Dios y unos en otros.
Derramarle nuestra alma al Señor en oración, como lo hizo Ana — dejar que las leyes y el convenio de Dios vivan en nuestros corazones y en nuestras mentes y que encuentren expresión en la manera en que cuidamos unos de otros — y edificar nuestras vidas sobre la Roca que ninguna tormenta ni fuerza puede destruir.
Y en vez de dedicarnos a las pequeñas provocaciones que sólo degradan y hieren a nuestros hermanos, “consideremos cómo provocarnos los unos a los otros al amor y a las buenas obras, sin dejar de reunirnos juntos, pero animándonos unos a otros”.
Así es como la comunidad de Dios se edifica sobre la Roca de las Edades.
Y es en esa comunión, sin importar las incertidumbres y la volatilidad que giran a nuestro alrededor, que finalmente encontramos la estabilidad y la seguridad duraderas por las cuales hemos orado.