La Palabra de Dios es un camino de vida y para que no nos desviemos de ese camino, Dios mismo nos suscita centinelas, nos da guardianes para protegernos. Así le llama el Señor al profeta Ezequiel, el centinela por excelencia, él tiene la misión de estar alerta, atento a como Dios muestra su voluntad a través de los acontecimientos de la historia, para hacer que sus hermanos y hermanas puedan seguir el buen camino. El centinela muestra a un Dios atento a la vida, que no permanece indiferente, sino que comunica a través de su Palabra con el fin de que todas las personas gocen de una existencia plena.
El mensaje que el centinela transmite no es suyo, sino que viene de Dios y es siempre un mensaje de amor, es un mensaje de liberación de todo tipo de esclavitud, física y espiritual, su mensaje nos hace ser conscientes de que nuestra vida tiene que ser un ejemplo en la convivencia de todos los días. Vivir en comunidad o en familia no es tarea fácil, todos tenemos experiencia de esta realidad, pero si nos sometemos a su palabra, el Señor nos dará la fuerza necesaria para seguir adelante.
La comunidad cristiana es la gran familia de los hijos de Dios. Pero eso no quita que esté exenta de dificultades. Alguien tiene que hacer la función de centinela, tanto en nuestras familias, como en nuestras comunidades cristianas, para que nadie se salga del camino, para que todos podamos colaborar en el proyecto de amor de Dios.
Pablo fue un centinela excelente y lo es también para nosotros hoy, porque el descubrimiento del amor misericordioso de Dios lo ha salvado y es precisamente desde ese amor que Pablo ejerce el papel de centinela, con la única intención de mostrarle a sus comunidades el camino de la vida, el camino del amor, Pablo nos dice: a nadie le debas nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. El camino, el signo, la señal de los que creen en Jesús es el amor sin fronteras.
Esto es también lo que el evangelista Mateo aplica a su comunidad cristiana, a través de la corrección fraterna y la plegaria en común, que aparecen hoy en el evangelio. Es la mejor catequesis para mostrar a un Dios que está volcado en aquellos que están más lejos, más perdidos, más fuera del camino. Estas mismas actitudes son las que tiene que tener la comunidad cristiana y han de ser también las nuestras; una misericordia semejante a la del mismo Dios, una comunidad acogedora con los que se apartan del camino, una comunidad en la que en todo momento predica el amor y el perdón y la protección a los más débiles.
El amor sin fronteras no distingue entre puros e impuros, entre creyentes y no creyentes, entre santos y pecadores. El amor auténtico consiste en detestar el mal y adherirse al bien. Por amor hay que acoger también al pecador, perdonarle, pero también erradicar el pecado, imposibilitar sus frutos deshumanizantes. El perdón y la acogida a todos nos hacen menos sectarios y más Iglesia, que significa precisamente convocatoria, asamblea, acogida.
Porque toda persona es capaz de salir de su pecado y volver al buen camino, pero necesitará encontrarse con alguien que se lo muestre amándola sinceramente y contagiándole un deseo nuevo de verdad y de generosidad. Por eso, a través de ese amor sin fronteras es como Dios nos propone que amemos a todos, incluso a nuestros enemigos y que ese amor nos lleve a comprometernos en destruir un sistema de vida que crea enemigos, en vez de hermanos y hermanas. Así fue Jesús; amó a los oprimidos mostrándose cercano a ellos y amó también a los opresores estando a su lado, para hacerles ver que Dios también les amaba.
Esta reflexión nos ayudará ha ser capaces de poner al ser humano al centro de nuestra existencia. Todos nosotros somos seres sociables por naturaleza, vivimos en comunidad, siendo la familia el grupo social básico. Siempre estamos junto a otros: en la familia, en el vecindario, en el colegio o universidad, en el lugar de trabajo, en el supermercado. La vida humana sería imposible sin la presencia de otros seres humanos.
Pues bien, en el evangelio de este domingo Jesús nos ofrece unas pistas muy sugestivas para el manejo de los conflictos dentro de la comunidad. ¿Cómo acompañar, desde la experiencia de fe, al hermano, a la hermana, al amigo, a la amiga o al colega que están actuando de manera equivocada, dando anti testimonio de los valores del Evangelio? En su sencillez, el texto escrito por el evangelista Mateo nos ofrece un mini-taller para el acompañamiento de situaciones conflictivas que surjan dentro de la comunidad eclesial.
Dice Jesús: “Hazle ver su falta”. Para que este objetivo se logre, la prudencia recomienda buscar el momento y las palabras oportunas, deponiendo todo sentimiento de agresividad. Tenemos que reconocer que muchos de los reclamos se formulan cargados de emotividad y vehemencia; en ese tono se expresa la pareja que se siente agraviada y el padre de familia que sorprende a su hijo haciendo algo incorrecto.
El objetivo que se debe buscar es que esa persona se de cuenta de los valores que ha atropellado y de las heridas que ha causado. Para garantizar la sinceridad del arrepentimiento, la voluntad de cambio debe ir acompañada de una reparación, es decir, el que ha quebrantado alguno de los valores de la convivencia social y eclesial debe mostrar, con hechos concretos, su firme voluntad de contribuir a la cicatrización de las heridas causadas, perdón y reparación van de la mano.
Jesús nos ha dado unas pistas para el manejo de situaciones de conflicto dentro de la comunidad eclesial. Actuemos discretamente; tengamos siempre presente el carácter pedagógico de estas llamadas de atención; creamos que las cosas pueden cambiar y para ello usemos los medios idóneos; no olvidemos que hay que pasar de las palabras a las obras, acompañando los buenos deseos expresados con manifestaciones concretas de reparación.
Vamos a celebrar el amor de Dios, el amor sin fronteras. Hemos sido convocados en esta Eucaristía para eso. Vamos a celebrar la shekiná, la presencia de Dios en medio de nosotros, que nos contagia ese amor y nos hace querer a todos como hermanos y hermanas: “porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” nos dice el Señor. Convencidos de esa presencia, le reconocemos como el Señor de nuestras vidas y proclamamos con alegría nuestra fe en Él. Amén!