16 de mayo, 2021
El Revdo. Austin K. Rios
Hechos 1:15-17, 21-26
Cuando expandimos nuestro círculo evangelístico a través de la oración y el discernimiento — por medio de la orientación de Dios, llena de gracia — recibimos un anticipo de la realidad de la vida eterna.
El jueves celebramos la Fiesta de la Ascención, nuestro recordatorio anual de que, para que este movimiento llamado la Iglesia naciera, el individuo llamado Jesús tuvo que irse y dar lugar a algo más amplio.
Vista desde un cierto ángulo, la Ascensión puede parecer un abandono.
Y, sin embargo, si somos estudiantes de las Escrituras y estamos dispuestos a reflexionar profundamente sobre de qué se trató el ministerio público de Jesús durante esos 3 años fervientes en Galilea y en Jerusalén, la Ascensión claramente es el próximo paso necesario para que el reino de Dios sea establecido en la tierra como en el cielo.
Jesús es el puente entre los reinos, conectando a este mundo con el próximo.
Por Él, existimos en ambos mundos a la misma vez y tenemos la bendita seguridad de que, no importa dónde nos encontremos, en la tierra o en el cielo, Dios se une a nosotros ahí.
Me parece importante celebrar la fiesta de la Ascensión por LO que es.
Pero, en estos tiempos, para mí la Ascensión es menos un simple memorial y más un punto movilizador para CÓMO estamos llamados a ser iglesia.
Por eso es que me encanta esta pequeña escena de los Hechos que tenemos ante nosotros hoy.
Imagínense por un momento cuán fácilmente todo el Movimiento de Jesús podría haberse descarrilado después de la Ascención y antes de que el Espíritu Santo se manifestara con poder en Pentecostés.
Las amenazas externas e internas a la comunidad estaban todavía presentes: Una estructura de poder religioso-político — cuyo status quo estaba siendo amenazado por estas afirmaciones de la resurrección de un criminal — estaba dispuesta a recurrir a más violencia para restaurar su posición social… junto con el riesgo siempre presente — faccionalismo y dilución de misión — que acompaña a cualquier comunidad incipiente.
Gracias a Dios, nuestros antepasados en la fe no permitieron que el miedo a esas amenazas los disuadiera de vivir la misión que Jesús les había confiado: Dar testimonio a través de palabra, acción y constitución, de la vida eterna que la Resurrección inauguró.
Dar testimonio de esta verdad les exigió expandir su círculo íntimo en vez de contraerlo.
Así es como dos fieles seguidores que no habían sido nombrados anteriormente, Justo y Matías, se vuelven parte de la historia bíblica.
En uno de los primeros momentos que experimentan sin Jesús decidiendo cada paso a tomar, los once discípulos hacen lo que todas las iglesias todavía están llamadas a hacer cuando toman decisiones.
Reconocen que la tarea que Jesús les ha confiado es mayor que lo que pueden realizar ellos solos.
Identifican a dos líderes que pudieran servir fielmente como testigos principales de la resurrección.
Rezan, pidiendo la ayuda de Dios para seguir adelante, y actúan — confiando en que la promesa de acompañamiento que hizo Jesús los guiará en la dirección que lleva a la plenitud de vida.
Los nombres de José, llamado Barsabás (conocido también como Justo) y de Matías no aparecen nunca más en las Escrituras.
Yo asumo que, aunque Justo no fue escogido como apóstol, siguió siendo testigo de la resurrección junto con los otros 120 a quien Pedro se dirige — un testigo instrumental en el crecimiento y alcance del movimiento.
Lo más importante es la continuación del trabajo de dar testimonio, no a quién se le atribuye el mérito.
Ésa es una orientación verdaderamente contra-cultural en nuestro momento actual — en el cual el acceso y la influencia que uno tenga determinan la configuración de nuestras vidas terrenales, y en el que cualquier intento de misión global compartida sigue siendo difícil de alcanzar.
Y, sin embargo, ésa es una parte importante de lo que estamos llamados a ser como Iglesia, y como San Pablo Dentro de los Muros específicamente.
Estamos llamados a continuar el trabajo de dar testimonio de la Resurrección en un mundo que está convencido que la muerte es la respuesta final.
Estamos llamados a expandir nuestras filas, no para las estadísticas de crecimiento de la iglesia, pero porque ésa es la mejor manera para que la misión que Jesús nos confío transforme al mundo.
Estamos llamados a usar los dones que Dios nos ha dado — dones espirituales destinados a ser compartidos tanto dentro de nuestra comunidad como más allá de ella — para que el gozo de Dios se complete en nosotros y a través de nosotros.
Éste es el patrón que vemos en acción en este pasaje de los Hechos, y ha sido siempre la forma en que se transmite el legado de Cristo.
Cuando Jesús ascendió al cielo — creando así el espacio necesario para el nacimiento del Cuerpo místico de Cristo — la difusión del Evangelio y el crecimiento del movimiento de testigos no eran inevitables.
Tomó discípulos que estuvieran dispuestos a discernir juntos, a rezar juntos, a trabajar juntos, a crecer juntos y, sobre todo, a dar testimonio juntos de una manera diferente de estar conectados, para que el anticipo del reino de Dios transformara al mundo.
Esa primera comunidad se comprometió con esta misión, confiando en la orientación de Dios para llegar allí, incluso mientras habitaba este espacio liminal entre la Ascensión y Pentecostés — entre la partida física de Jesús y la manifestación en poder del Espíritu Santo.
¿Cómo podemos seguir fielmente el ejemplo de ellos y aplicar este patrón a nuestra vida en comunidad y a nuestro testimonio como San Pablo Dentro de los Muros hoy en día?
Cuando expandimos nuestro círculo evangelístico a través de la oración y el discernimiento — por medio de la orientación de Dios, llena de gracia — recibimos un anticipo de la realidad de la vida eterna.
Una vida que honra a los Justos, a los Matías, a los Pedros, a los Pablos y a la multitud de seguidores anónimos de Cristo.
Porque, según lo prometió El ascendido, aquello de lo que fueron testigos continúa vivo, aún después de que el tiempo de ellos en la tierra se acaba — una forma ilimitada de buenas nuevas que es eterna.
No — la Ascensión no se trató nunca de abandono.
Se trató siempre de empoderamiento.