En el corazón del Evangelio de hoy y de la lectura del libro de Números está la pregunta: ¿Qué es lo que nos salva y nos da vida?
Nos encontramos con Moisés y los israelitas una vez más en el desierto, muchos años después de que han iniciado su estadía entre Egipto y la futura tierra prometida con la que sueñan.
Como tantos de nosotros, los israelitas tienen muy poca memoria, y tan pronto Dios ha hecho algo por ellos — darles pasaje seguro a través del Mar Rojo, proveerles agua de una roca en Meribá, alimentarlos con maná y codornices en el campamento, o asegurarles victorias militares — empiezan a quejarse de lo que actualmente los atormenta.
Al Dios que los sacó de la esclavitud lo sienten demasiado lejano, y la sensación de la ausencia de Dios los lleva a refunfuñar y a buscar alguna otra alternativa en la cual depositar su fe.
Por un momento, fue el becerro de oro: un ídolo que se alineaba con la religión de fertilidad de los cananeos, pero que realmente podemos ver como el prototipo de todas las cosas que amenazan con capturar nuestra lealtad y que no son el Dios que nos creó.
En la lectura de hoy, la paciencia de Dios parece agotarse y Dios envía serpientes venenosas entre el pueblo.
Como era de esperarse, muchos resultan mordidos por estas serpientes, y su sufrimiento los hace buscar la salvación del mismo Dios a quien tan fácilmente habían olvidado.
Lo sorprendente es que el remedio que Dios les ofrece es que hagan un ídolo de la imagen de su destrucción, y los instruye a mirar al ídolo para poder vivir.
Sería fácil descartar este episodio como parte de los restos de una antigua religión supersticiosa, pero hacerlo nos impediría aprender una lección mayor.
Los objetos tiene poder, la realidad material tiene significado, y ciertos lugares y personas pueden darnos más vida que otros.
Hay momentos en que necesitamos mirar hacia estas cosas para poder vivir: días cuando poner la mano sobre una reliquia familiar, tocar las piedras de nuestra montaña preferida, o tener una conversación profunda con nuestr@ mejor amig@ puede darnos la energía que necesitamos para seguir adelante.
Pero, por importantes que sean, empezamos a tener problemas cuando hacemos borrosa la línea entre estas fuentes de vida en las que confiamos, y Dios — fuente de toda vida.
De hecho, cualquier cosa puede convertirse en un ídolo para nosotros.
Objetos. Filosofías. Aún las tradiciones.
Ser una persona de fe significa estar alerta a las maneras sutiles en que los elementos del orden creado y bueno pueden acabar distorsionándose y convirtiéndose en distracciones que nos drenan de vida — en falsos objetos de nuestra adoración.
Incluso la serpiente que Dios le ordenó a Moisés que construyera para sanar a los israelitas mordidos por serpientes, eventualmente se convirtió en un ídolo amenazante que el Rey Ezequías hizo destruir aproximadamente 1000 años después.
El punto es: Cualquier cosa que nos aleje de nuestra dependencia en Dios, y sólo en Dios, puede ser un ídolo del cual debemos volvernos — y volver al Señor.
Ése es el corazón de la pregunta bautismal de hoy en la Parte 9 de nuestra serie: “¿Perseverarás en resistir al mal y, cuando caigas en pecado, te arrepentirás y te volverás hacia el Señor?”
Algo que me encanta de esta pregunta es que ni siquiera pretende imaginar que podemos evitar que los ídolos nos atraigan.
¡Lo toma por hecho!
Lo que estamos llamados a hacer es a ser conscientes del poder que tienen de pervertir y desfigurarnos y, en cambio, a volvernos hacia la fuente verdadera de nuestra vida.
La conversación que Jesús está teniendo bajo el amparo de la noche con un líder religioso de su pueblo, Nicodemo, es sobre la fuente de esta vida.
E, interesantemente, Jesús apunta al episodio de Números para señalar que el Hijo del Hombre será levantado, y que aquéllos que miran hacia él y creen tendrán vida eterna.
Su crucifixión — símbolo duradero de los efectos del veneno del pecado — es aquello hacia lo cual nos volvemos y a lo que miramos para ser salvados.
Y sin embargo, aún la cruz y su significado pueden convertirse en un ídolo que nos impide morar y permanecer con la Palabra, la Luz del Mundo y la plenitud de Dios… si el volvernos hacia ella no nos vuelve hacia el amor a Dios y al prójimo.
Ese famoso versículo del Evangelio de hoy, Juan 3:16, citado con tanta frecuencia — “Porque Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna” — se trata primordialmente de afirmar que la voluntad de Dios no es la destrucción, la caída o el castigo de los seres humanos, sino que conozcan y experimenten la abundancia de vida.
No una condena eterna por cometer errores — aunque las acciones tienen consecuencias y es necesario que se haga justicia — pero más bien un llamado continuo al arrepentimiento y a la reconexión, para que la vida y el amor puedan crecer y prosperar.
Jesús le dice a Nicodemo que el poder seductor de la oscuridad es fuerte, y que nosotros los seres humanos con frecuencia preferimos esconder nuestros defectos y fallas en la oscuridad en vez de volvernos hacia la luz que nos expone pero que nos permite crecer.
Cuando vemos al Hijo del Hombre levantado en la cruz, podemos ver la oscuridad del mundo, en toda su fealdad, traída a la luz y puesta por lo alto para que todos sean testigos.
Nuestra vida proviene de reconocer que la cruz es el fin de toda idolatría — de todas las formas de adoración de ídolos. Es el término de todos los caminos que nos conducen lejos del Dios de vida que nos ama y nos llama a regresar a casa.
Y esa vida se expande y florece cuanto más reducimos el tiempo que pasa entre nuestra tentación a los ídolos y nuestro regreso al Señor.
Ninguno de nosotros lo hace perfectamente, y no se espera que seamos perfectos.
Pero estamos llamados a aumentar nuestra capacidad de mantenernos fieles a la luz, a la vida y al amor que conocemos en Cristo.
Estamos llamados a mejorar nuestra capacidad de discernir qué es un ídolo y qué no.
Y estamos llamados a acortar la distancia que viajamos desde nuestro hogar eterno en los momentos cuando olvidamos la verdad y creemos que nuestra esperanza y nuestra salvación yacen en algún lugar lejano.
Este trabajo requiere la gracia de Dios, una comunidad de confianza y apoyo, y agallas espirituales.
¿Perseverarás en resistir al mal y, cuando caigas en pecado, te arrepentirás y te volverás hacia el Señor?
¿Cuáles son los ídolos que te impiden tener una relación más cercana con Dios, los cuales pueden estar ocultos a plena vista?
¿Escogerás este día para dejar ir de cualquier ídolo que te tiente… y te aferrarás con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza al amor que lleva a la vida eterna?