9 de mayo, 2021
El Revdo. Austin K. Rios
Juan 15:9-17

Si estamos arraigados en el amor de Dios, como lo estaba Jesús, entonces nuestra orientación y destino será el gozo completo que se produce por medio de la reconciliación y las relaciones re-ordenadas.


El pasaje de hoy del Evangelio de Juan es parte de una sección mayor que tiene lugar después de la Última Cena.

Los catedráticos bíblicos se refieren a ella como el “Discurso de Despedida” porque Jesús básicamente está diciéndoles a sus seguidores más cercanos todo lo que puede, antes de enfrentar su arresto y crucifixión.

Nosotros, que escuchamos las palabras de Jesús en esta temporada de Pascua, después de la resurrección e inmediatamente antes de su Ascensión, tenemos el beneficio de considerarlas también ante al arco de la historia de la iglesia.

Jesús siempre ha estado preparando a sus discípulos para el momento en que su presencia entre ellos será más que simplemente física.

No es que la fisicalidad no sea importante: Él acaba de lavarles los pies antes de pronunciar estas palabras.

Pero el amor del cual habla — y el gozo al cual se refiere hoy — no están limitados por lo físico.

Son realidades espirituales y experiencias arraigadas en este glorioso mundo físico al que llamamos la Creación, pero que crecen y dan fruto en el ámbito al que Jesús nos conduce.

Ese ámbito es un lugar en el cual los brazos extendidos del cuerpo de Cristo crucificado dan paso a un Cuerpo místico de miembros conectados, cuyo alcance es ilimitado.

Llamamos por diferentes nombre a este este lugar y espacio y realidad, dependiendo de nuestro contexto y nuestras experiencias.

Cielo. Comunidad. Iglesia.

Pienso yo que es menos importante qué nombre le damos, y más importante que nos dediquemos a seguir a Jesús a la realidad más amplia de ese espacio.

Nuestra dedicación al “Cielo, la Comunidad, o la Iglesia” se expresa más útilmente no meramente con palabras, pero con acciones concretas de amor que exponen a las personas atrapadas en realidades más pequeñas a la plenitud del ámbito de conexión.

Me encanta esta sección del discurso de despedida de Jesús porque expresa con tanta claridad el vínculo entre los actos de amor, el gozo verdadero y la amistad.

Si estamos arraigados en el amor de Dios, como lo estaba Jesús, entonces nuestra orientación y destino será el gozo completo que se produce por medio de la reconciliación y las relaciones re-ordenadas.

Escogemos servirnos los unos a los otros como Cristo nos sirvió, pero no en esclavitud.

Por el contrario, nos servimos y nos amamos como amigos, entregando nuestras vidas — nuestro sentido exagerado de la rectitud, nuestros deseos egoicos equivocados, nuestra total autodeterminación — para que nuestro gozo sea completo.

¿Cuál es la diferencia entre este tipo de gozo y la felicidad que perseguimos con tanta frecuencia?

En mi experiencia, la felicidad es un blanco efímero que siempre se está moviendo.

Con tanta frecuencia la felicidad es algo que pudiera ser nuestro algún día en el futuro SI satisfacemos ciertas condiciones y alcanzamos ciertas metas.

Piense por un momento cuántas veces ha escuchado a alguien decir: “Seré feliz cuando pueda comprar esa cosa… Seré feliz cuando termine este proyecto… o me gradúe con este título… o ascienda en mi campo profesional… o cuando pueda jubilarme”.

Cualquiera que haya conseguido estas cosas — especialmente cuando eran metas que requerían trabajo duro y sacrificio — tiene motivo para celebrar.

Pero pronto queda claro que la felicidad que esperábamos que estas cosas produjeran revolotea hacia el futuro y se posa en otra meta u objeto que está más allá de nuestro alcance presente.

Si la felicidad por sí sola era el objetivo, a menudo nos quedamos profundamente decepcionados.

El gozo, por el contrario, puede surgir de las mismas búsquedas, pero no se nos escapa tan fácilmente como la felicidad.

Esto se debe a que el gozo no se encuentra en los objetos de nuestro deseo o en nuestros logros, sino en la MANERA en que nos movemos hacia ellos.

El gozo surge cuando nuestras búsquedas y actividades son compartidas, y cuando llegamos juntos a lugares previamente inimaginables por la gracia de Dios.

Esta pandemia ha dejado muy claro que lo que más yo extraño de nuestros ritmos normales de iglesia son las comidas que compartimos y la comunión que surge de ellas.

Puede resultar mucho más difícil recordar que estamos conectados — y trabajar juntos como amigos hacia metas compartidas — desde el aislamiento de estos tiempos, sin los recordatorios regulares que nos proveen las comidas y celebraciones comunes.

Estoy seguro de que le fue difícil a esos primeros discípulos adaptarse a una vida sin Jesús físicamente presente entre ellos, al igual que le fue difícil a los Israelitas adaptarse a una vida en el desierto, y como también le ha sido difícil a la Iglesia mantenerse fiel a su misión en tiempos de persecución y gran cambio.

Pero no estamos llamados a ser gente disuadida por la dificultad del desafío que tenemos ante nosotros.

Más bien estamos llamados a conectarnos los unos con los otros y a compartir el peso de esta dificultad a través de acciones de amor que encarnan un poco del gozo por el cual esperamos.

Acciones como rezar unos por otros. Acciones como mantenernos en contacto y escucharnos con un oído comprensivo. Acciones como usar la tecnología que tenemos disponible para celebrar unos con otros y crecer juntos, en vez de replegarnos más en el aislamiento.

Cuando llevamos a cabo estos pequeños actos de amor y hacemos de nuestra vida comunitaria una prioridad, el tipo de amistad de la cual habla Jesús se hace presente.

El gozo de Jesús está en nosotros, y sabemos — aunque sea sólo por un momento — cómo se siente el gozo completo.

Se siente como muros de separación dando paso al afecto mutuo. Como sacrificios compartidos convirtiéndose en celebración colectiva. Como un árbol plantado generaciones antes, que da fruto para la sanación del mundo.

Hagan de este tipo de amor activo — y de la búsqueda de tal gozo completo — el centro de sus vidas, queridos amigos y amigas en Cristo.

No nos hará inmunes al dolor, a la tristeza, ni a la dificultad.

Pero nos dará la resiliencia que sólo proviene de morar y permanecer en el amor, y nos brindará suficientes anticipos de los frutos gozosos que anhelan nuestros corazones para seguir caminando juntos.