17 de octubre, 2021
Leigh Daynes
Y Job murió muy anciano, colmado de días.
Job 42:17
“Y Job murió muy anciano, colmado de días.”
Queridos amigos, les hago llegar un cordial saludo del personal y los estudiantes de la Facultad de de Teología de San Agustín en Inglaterra, y del Colegio Pontificio Beda aquí en Roma, donde estoy haciendo una pasantía de la Iglesia de Inglaterra.
Les estoy enormemente agradecido a todos por permitirme unirme a ustedes en los próximos meses hasta Navidades, según me preparo para ser ordenado el año entrante. Tengo mucho que aprender de todos ustedes.
Al principio de esta serie de sermones sobre el Libro de Job, el Padre Austin señaló a algunas de las preguntas centrales que surgen de este profundo texto del Antiguo Testamento. No las menores entre ellas: ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena? ¿Cuál es la naturaleza de Dios? ¿Y cómo podríamos elegir responder fielmente a la realidad del sufrimiento?
Hoy llegamos al último capítulo del Libro.
Leemos que Job cambia de opinión sobre la naturaleza de Dios. Reconoce que, al igual que nosotros, él es humano y frágil — nada más que “polvo y ceniza”. Y leemos que el Señor restaura su fortuna: Job vuelve a ser padre y su riqueza se duplica.
Pero por supuesto esto es sólo después de que Job ha soportado el dolor más terrible — a veces incomprensiblemente espantoso. Quizás hoy podemos preguntarnos lo siguiente: En el medio del sufrimiento, ¿dónde se encuentra Dios? Como discípulos de Cristo, ¿cuál pudiera ser nuestra respuesta al sufrimiento?
Es marzo del 1943. Roma se ve ocupada por tropas Nazis.
En uno de los muchos incidentes terribles, 335 civiles italianos son conducidos a su ejecución, cerca de la Via Appia Antica, en venganza por el asesinato de 33 soldados alemanes a manos de partidistas.
En la confusión — posiblemente alcoholizada — del tumulto, también murieron 5 más de los 10 italianos exigidos por cada alemán perdido.
Las cuevas y las tumbas de esos 335 italianos es una de las cosas más conmovedoras que he visto desde que llegué a Roma.
A lo largo de los siglos, los crímenes más terribles han sido cometidos durante conflictos armados. A través de muchos años de trabajo humanitario internacional, he visto por mí mismo algunas de las consecuencias que han tenido para la gente común.
En medio del sufrimiento humano, ¿dónde se encuentra Dios? ¿Y cómo podemos responder?
Casi inmediatamente después de llegar a la ciudad de Nueva York, un joven pastor y teólogo alemán llamado Dietrich Bonhoeffer tomó lo que muchos nos parece una decisión extraordinaria: regresar a Alemania en julio del 1939, a vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
“No tendré derecho de participar en la restauración de la vida cristiana en Alemania después de la guerra a menos que comparta las pruebas y tribulaciones de estos tiempos con mi gente,“ dijo Bonhoeffer.
Se unió al movimiento para asesinar a Adolf Hitler; cuando fracasó, Bonhoeffer se vio arrestado y encarcelado en 1943, el año en que esos 33 soldados alemanes y 335 civiles italiano murieron aquí en Roma.
Once días antes de que el campamento de concentración de Flossenburg fuera liberado por tropas norteamericanas, Bonhoeffer fue ahorcado por sus captores. Tenía 39 años.
“Y Job murió muy anciano, colmado de días.”
Vivir es sufrir. A mayor o menor grado, cada uno de nosotros ha enfrentado — o enfrentará — la adversidad.
Lo que más importa es cómo abordamos la adversidad. Porque es en el desierto del sufrimiento que somos fortalecidos.
Déjenme ser claros: Las dificultades no son un castigo que Dios reparte a aquéllos que Lo han desagradado, ni es el castigo de Dios por fracasar o por ser débil. Y, por favor, no me malentiendan: el sufrimiento duele, y a veces, como lo vivió Job, se siente abrumador e interminable.
Pero aquí está la cosa con el sufrimiento: según lo dijo San John Henry Newman — “vivir es cambiar”.
La adversidad no es algo raro o inusual: seguro que duele, pero es central a lo que significa cambiar y crecer en el curso de nuestras vidas humanas ordinarias.
El sufrimiento nos lleva, junto con Job, a ese lugar del desierto en el que nos encontramos con nuestro verdadero ser, con otras personas, y con Dios.
El sufrimiento es el calor blanco del fuego del desierto en el que forjamos un camino entre la auto-destrucción y el auto-engrandecimiento, entre la auto-humillación y la superioridad.
El sufrimiento nos lleva fuera del desierto a una relación más profunda y enriquecida con Dios y a nuevas relaciones con otras personas.
El sufrimiento abre nuestros corazones a una vida de altruismo, en la cual — habiendo conocido el dolor — podemos sentir empatía por el dolor de los demás. Podemos optar por comprometernos a trabajar por un mundo más justo para el bien común de todos.
Un corazón quebrantado puede crear espacio para los demás.
El camino del discipulado cristiano resulta costoso — como lo atestigua la vida de Bonhoeffer. Pero, cuando sabemos que somos amados incondicionalmente y que somos deseados por Dios, podemos bajar nuestras defensas y confiar en Él.
Me gustaría sugerir que, para volvernos más resilientes al sufrimiento, podríamos considerar tres cosas que podemos llevar con nosotros en el peregrinaje de nuestro discipulado cristiano — un peregrinaje en el que sabemos que confrontaremos la adversidad.
Primero, hacer ayunas. Es posible que sólo pensemos en ayunar durante la Cuaresma, y está bien. Me pregunto si planear un poco de disrupción en nuestras vidas, renunciando — por un tiempo — a cosas que de otro modo pensamos que necesitamos, pudiera ayudarnos a lidiar con las disrupciones en nuestras vidas que simplemente nunca podemos anticipar. Ciertamente nos ayudará a crecer en auto-conciencia y auto-disciplina, que son herramientas importantes para desarrollar la resiliencia. Mi compromiso es de renunciar a las redes sociales… quizás sólo por un día a la semana, quizás.
Segundo, rezar. El Padre Austin ha hablado sobre el valor del lamento como medio de mantener abierta nuestra relación y nuestra conversación con Dios.
Tercero, actuar. Somos amados y deseados gratuitamente por Dios — amémonos los unos a los otros como somos amados. Trabajemos por un mundo en que cada persona pueda desarrollar su potencial plenamente en comunidades que respetan sus derechos, trabajan por la justicia y promueven la paz.
Ayunar. Rezar. Actuar.
Me encanta que la historia de Job termina con los mismos derechos de herencia para sus hijas, a la par de sus hijos. Ese acto equitativo es notable y es único en el Antiguo Testamento. Ojalá la igualdad fuera una realidad universal para todas las mujeres y niñas del mundo.
“Y Job murió muy anciano, colmado de días.”
Dado lo que sabemos sobre la historia del sufrimiento de Job, ¿pudiera haber una oración más conmovedora en todo el Antiguo Testamento?
“Y Job murió, colmado de días” — murió contento. La suya fue una peregrinación de fe torturada. Como puede ser la suya. Como lo ha sido la mía.
Job murió contento.
Somos gente de Resurrección, reunidos en el presente, mirando hacia adelante.
Pronto embarcaremos en el peregrinaje de Adviento — ese tiempo en el que miramos y esperamos con anticipación la llegada de Dios entre nosotros. Es una estación de lamento, de atención, de esperanza. Y culmina con la celebración gozosa de la llegada del niño Jesús. Porque Dios actúa a través de la vulnerabilidad, a través del fracaso y a través de la contradicción.
“Vivir es cambiar”.
Amén.