3 de octubre, 2021
El Revdo. Austin K. Rios
“¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?“
Job 2:10b
¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena? ¿Cuál es la verdadera naturaleza de Dios? ¿Cómo podemos los seres humanos responder con fidelidad a la realidad del sufrimiento?
Éstas son sólo algunas de las preguntas centrales que surgen en el Libro de Job — un libro extraordinario de la Biblia el cual tenemos ante nosotros por las próximas cuatro semanas.
La última vez que este pasaje del evangelio apareció en el ciclo de nuestro leccionario, escogí predicar sobre el tema del divorcio, y les recomiendo ese sermón si necesitan explorar los desafíos y la complejidad del divorcio hoy en día. Hay un hipervínculo en las notas al pie de este sermón que los llevará a él, y también lo publicaremos en línea esta semana de nuevo. [1].
Pero hoy — y durante las próximas semanas — quiero que nos enfoquemos juntos en el libro de Job y que exploremos sus temas.
La sección que leímos hoy es del principio del libro, donde se nos presenta al homónimo, un hombre llamado Job, cuya vida en la tierra de Uz se ve marcada por todas partes con la bendición divina.
En la parte del primer capítulo que fue omitida de la lectura de hoy — la cual pueden leer en casa — descubrimos que Job tiene 10 hijos, 10,000 animales en su rancho del Medio Oriente, una multitud de sirvientes, y que el narrador lo llama “el hombre más grande del Este”.
Job es un hombre justo y el epítome de un seguidor de la ley de Moisés según fue transmitida en el libro de Deuteronomio. La vida de Job es perfecta, y el narrador usa un código de numerología bíblica para comunicarlo.
Pero, como en todos los cuentos populares y en las buenas historias, la perfección no puede durar para siempre.
En una escena que resulta perturbadora para nuestra sensibilidad contemporánea con respecto a cómo Dios se relaciona con la humanidad, nos encontramos rápidamente transportados del mundo perfecto de Job a la corte celestial en la que Dios se reúne con otros seres celestiales en las alturas.
Uno de estos seres se llama El Satanás, lo cual en hebreo significa El Acusador.
La presencia de este ser en la corte celestial resulta bastante confusa para aquellos de nosotros que quisiéramos igualar a este Satanás con la presencia malévola en el Nuevo Testamento y en el pensamiento popular.
Sin embargo, no son el mismo.
El Satanás que aparece en Job funciona más como un abogado celestial que presenta su caso ante Dios, en lugar del malvado Señor de las Mentiras de una época posterior.
Sabiendo que no son el mismo ser, podemos centrar nuestra atención en lo que está en juego en el caso.
Dios se jacta un poco de lo maravilloso y recto que es Job, y el Satanás le responde, “Pues, ¡por supuesto que lo es! Lo tiene todo en el mundo — tu protección y la abundancia de bendiciones que ha recibido de tu mano. Pero si le quitaras eso, te maldeciría en tu propia cara.”
Dios está convencido de que la fidelidad de Job nace de un lugar más profundo, y le dice al Satanás, “OK, apostemos. Tienes el poder de quitarle todas esas cosas. Sólo no mates al hombre.”
Aquí es donde aquellos de nosotros que experimentamos y entendemos a Dios a través del prisma de Jesús nos sentimos un poco incómodos.
Pocos creen que Dios verdaderamente juega con la humanidad de esta manera, afligiendo a las personas por deporte y para resolver una apuesta.
Siempre y cuando veamos esta escena de Job como la parábola que es y evitemos usarla para formular teología, podemos entonces tomar nota de nuestra incomodidad con esa caracterización y pasar a lo que el libro está tratando de enseñarnos.
La próxima vez que lo vemos, el mundo perfecto de Job se ve desmantelado en un instante.
A través de una serie de infortunios, Job se entera de que saqueadores han cargado con todo su ganado, que sus siervos han sido asesinados, y todos sus 10 hijos también.
Job responde a esta pérdida tan inconmensurable con dolor y duelo, y lo escuchamos consolarse a sí mismo con las palabras, “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré al sepulcro. El Señor me dio, y el Señor me quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!”
Aquí es donde empieza nuestra lectura de hoy — después de que se nos presenta a Job, después de la apuesta inicial en la corte celestial, y después de la respuesta de Job a una pérdida tan increíble.
Ahora escuchamos una segunda ronda de apuesta, y una segunda ronda de aflicción para Job.
Ahora — en adición a la pérdida de su riqueza material, de sus sirvientes, y de sus hijos — Job pierde su salud, y repugnantes llagas en la piel se añaden al dolor interno de corazón que ya está viviendo.
La esposa de Job pronuncia las palabras que tantos podrían pronunciar ante una pérdida y un sufrimiento tan abrumadores, y le dice a Job, “¡Maldice a Dios, y muérete!”
La respuesta de Job es notablemente más débil que la anterior, y su pregunta — “¿Acaso hemos de recibir de Dios sólo bendiciones y no las calamidades?” — sirve como una transición a los próximos 35 capítulos del libro.
La mayor parte del resto del libro consiste de una serie de conversaciones entre Job y sus amigos sobre por qué estas cosas terribles le han sucedido — y vamos a profundizar un poco más en esas preguntas la semana que viene.
Les animo a agarrar una Biblia y a leer el libro de Job en el curso de las próximas semanas, y a tomar nota sobre el tipo de preguntas que surge y sobre el tipo de respuestas que los amigos de Job le ofrecen.
La cuestión es si el sufrimiento es o no una señal de estar maldecido por Dios, y si la riqueza y la abundancia material es señal de la bendición de Dios.
La cuestión es cómo el sufrimiento nos forma, y cómo tanto la alabanza como el lamento son maneras apropiadas de relacionaros con Dios.
Las preguntas que plantea el libro de Job todavía forman parte de nuestro panorama religioso y social y de nuestro lenguaje actual — y los métodos de racionalización de los amigos de Job resultan bastante familiares para los que tienen oídos para escuchar.
No vamos a responder hoy satisfactoriamente a la pregunta de por qué le suceden cosas malas a gente buena.
Pero si podemos reconocer que el sufrimiento puede sobrevenirnos a todos a través de algo tan absurdo y caprichoso como una apuesta celestial, entonces podemos enfocarnos mejor en nuestra respuesta al sufrimiento.
No digo esto para animar a nadie a simplemente aceptar el sufrimiento que nos llega, en vez de trabajar para evitar que ese sufrimiento surja en primer lugar.
Esto es especialmente cierto en casos de abuso y con respecto a sistemas más amplios de opresión y dominación, a los cuales hemos sido llamados a hacer frente con el amor y el poder de Dios en Cristo.
El libro de Job no se trata sobre recibir pasivamente cualquier sufrimiento que nos llegue.
Sí se trata sobre cómo manejamos ese sufrimiento y cómo nos relacionamos con Dios y con nuestro prójimo cuando estamos en medio de él.
A medida que vaya leyendo el libro de Job esta semana — ya sea mediante una copia impresa o una versión en línea — preste atención a los momentos de su vida diaria en que surjan las preguntas de Job.
Abra sus ojos, sus oídos y su corazón a la realidad del sufrimiento de los demás, y esté dispuest@ también a detenerse a sentir el suyo propio.
Puede ser importante que responda esta semana a su propio sufrimiento con el tipo de alabanza y afirmación de Dios que Job ofrece hoy.
O quizás puede ser más importante que se apoye en la tradición del lamento que exploraremos la semana próxima.
Independientemente de a dónde l@ conduzcan la reflexión honesta, la oración, y el deseo genuino de permanecer en relación con Dios — y sin importar dónde se encuentre usted personalmente en el espectro del sufrimiento — sepa esta semana que nuestros antepasados en la fe han luchado con estas mismas preguntas.
Son buenas preguntas.
Son preguntas dignas.
Preguntas que pueden resolverse mediante conversaciones, mediante paciencia, y mediante la voluntad de hacerle frente a los lugares más difíciles y alienantes de nuestro mundo, en vez de simplemente huir de ellos.
[1] Sermón de Pentecostés 22, 2018: https://1drv.ms/w/s!AojsCup5U7Sokz55PgfrwtyX1yFr