El Rev.do Dr. Francisco Alberca, PhD.
1 de septiembre de 2024
El decimoquinto domingo después de Pentecostés
El cantar y rendir gracias a Dios por los bienes recibidos, es un gesto que lo encontramos en la entera Sagrada Escritura, hoy tambien nosotros estamos llamados a alabar y bendecir el santo nombre de Dios.
Pero esta alabanza no tiene que ser unicamente con las palabras, sino que sobretodo con nuestras acciones y así es como la vida de bautizados que Dios quiere, nos la describe claramente la carta de Santiago que hoy hemos escuchado.
El Apostol propone claramente la religión que Dios quiere: «visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo». Los cristianos de verdad son aquellos que demuestran con sus obras lo que creen. Tal cual como lo describe el salmo 14, cuando nos recuerda quienes son los que habitan en la tienda junto al Señor; serán justamente los que proceden honradamente y practican la justicia, los que tienen intenciones leales y no calumnian, el que no hace mal a su prójimo, el que no abusa del inocente.
Queridos hermanos y hermanas a la palabra hay que llevarla a la práctica, pues la fe sin obras está muerta. Asi que cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca.
¿Qué significa el camino del corazón? Es el camino del amor, de la atención a los demás, del saber dar lo más valioso que tienes, de gastar el tiempo por los otros sin esperar nada a cambio, de saber decir no a lo que a mí más me gusta, si es necesario, para que otro salga favorecido. Este es el camino que conduce a la felicidad, este es el verdadero camino del cristiano, no el de las apariencias.
Todo esto es justamente lo que hoy nos enseña nuestro Señor en el Santo Evangelio que hemos escuchado. Jesús se enfrenta a los Judios por que ellos son más fieles a las tradiciones que al verdadero mandmiento de Dios.
Ellos dejan a un lado el mandamiento de Dios para vivir aferrados a la tradición de los humanos. El cristianismo, desde sus primeros tiempos, tuvo que optar entre la fidelidad al evangelio de Jesús y el cumplimiento de algunas tradiciones judías.
Podemos pensar en esto, poniendo sólo algunos ejemplos muy conocidos tales como: en el cumplimiento estricto del descanso sabático y la ayuda urgente a enfermos, o entre la ley del talión y el amor y el perdón a los enemigos, entre la pureza estrictamente legal y la pureza del corazón, etc.
La actitud de Jesús en todos estos casos la conocemos muy bien por los evangelios y sabemos que San Pablo y demás apóstoles tuvieron que sufrir mucho por mantenerse fieles al Maestro. Lo importante es que también nosotros, ahora, sepamos siempre optar por la fidelidad al evangelio de Jesús, frente a ciertos tradicionalismos estériles y vacíos.
La pureza legal y ritual no debe nunca servirnos para justificar la mezquindad del corazón. No tapemos nuestra falta de misericordia, de perdón, de amor generoso y desinteresado a Dios y al prójimo, con el simple cumplimiento de ritos, rezos, ayunos y sacrificios.
Hoy Jesús nos lo dice muy claro en este evangelio: lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Nuestra principal tarea, a lo largo de toda nuestra vida es purificar nuestro corazón, tratando de hacerle lo más posible semejante al corazón de Jesús. Porque sólo en la medida en que nuestro corazón se parezca cada día un poco más y más al corazón de Cristo, podremos decir que vamos avanzando en la verdadera virtud cristiana.
No caigamos nosotros tambien en el peligro de aparentar y lavarnos las manos nada más por ritual, jamás perdamos de vista lo fundamental, lo que Dios quiere, para centrarse en cosas de menor importancia, las tradiciones o lo que nos empuja ha hacer nuestra hipocresia.
Jesús confirma la doctrina de los profetas contra el formalismo en la práctica de la religión. Pone en evidencia la deformación que lleva al ser humano a parecer bueno más que a serlo de verdad; a preferir el cumplimiento externo de la ley al cambio real del corazón; a poner más atención en practicar con cuidado los ritos que en procurar la unión de corazón con Dios.
Recordemos siempre que lo que sale del interior del hombre es lo que cuenta, no lo externo. Porque del interior del ser huamno salen las obras buenas y las malas. Jesús da un catálogo de las maldades que salen del corazón: fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Esto lógicamente es un fiel retrato de una sociedad corrúpta y lejana de los deseos de Dios. ¿No se parece esta descripción a lo que está ocurriendo en muchos ambientes de nuestra sociedad? Quizá también nosotros estamos un poco contaminados de estas maldades?
Para desterrar esto de nuestras vidas, aceptemos dócilmente la palabra que se nos ha sembrado en nuestros corazones, la cual será la que nos dará la salvación. Llevémosla a la práctica y no nos limitemos solo a escucharla, porque si actuamos así no aremos más que engañarnos nosotros mismos.
La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo. Me parece importante resaltar el texto del apóstol Santiago cuando nos dice que: la mejor manera de aceptar la palabra de Dios y llevarla a la práctica es atender a las personas necesitadas.
Pidamos nosotros, pues, que Dios nos dé un corazón puro y misericordioso siempre dispuesto a ayudar a quien más nos necesite, pues así lo hizo nuestro Señor.
Cuantas veces gastamos tiempo y dinero buscando la felicidad y muchas de las veces está tan a portada de mano que no somos en grado de darnos cuenta? Inútil búsqueda que termina a menudo en la duda, en la desesperanza, en la angustia vital, en la náusea.
En esta semana seamos sensibles a las enseñanzas de nuestro Señor y pidamosle los dones del Espíritu, que son justamente lo que muchas de las veces el corazón humano ahela incansablemente y que es lo que nos da la verdadera felicidad, para poder así caminar por los caminos de la vida con la frente en alto, orgullosos de pertenecer al gran movimiento de Jesús. Amén!