Hay ciertos ritmos ritualistas que acompañan el ser sacerdote.
Después que uno pasa muchos años por el ciclo del leccionario — el cual se repite cada tres años — uno empieza a apreciar más profundamente la manera en que funciona la Escritura.
Sucede lo mismo con las estaciones anuales de la Iglesia — algo parecidas al desarrollo de las estaciones de la naturaleza. Hay un patrón y un movimiento discreto que uno empieza a notar si uno está en sintonía, y ese patrón puede ser fortaleciente y reconfortante.
Y una vez que uno ha presidido “suficientes” Eucaristías, enterrado a suficientes amigos y familiares, y celebrado suficientes Navidades y Pascuas de Resurrección, uno puede apreciar mejor los movimientos sutiles que encapsulan de qué se trata todo este proyecto llamado la Iglesia.
Nuestra pregunta bautismal de hoy, para la Parte 6 de nuestra serie, es uno de esos momentos para mí.
Después de que los candidatos han sido presentados, después de que los poderes del mal han sido renunciados y que el compromiso con Jesús ha sido proclamado, el sacerdote se vuelve hacia la asamblea entera y hace la siguiente pregunta:
“Ustedes, testigos de estos votos, ¿harán todo cuanto puedan para apoyar a estas personas en su vida en Cristo?”
Cada vez me da de golpe la tremenda responsabilidad que conlleva la respuesta de la congregación: Lo haremos.
Y lo que me conmueve de este momento en particular en el servicio bautismal es que revela algo especial sobre el sacramento.
No se puede ser bautizado en un vacío.
Y, una vez bautizado, nadie camina solo en esta vida nunca más.
El bautismo es más grande que tú, es más grande que el sacerdote y es más grande que la congregación particular que se encuentra reunida el día de la ceremonia.
Aunque todos esos elementos son necesarios para un bautismo, lo que está sucediendo es más grande que ellos y que ese momento particular.
El bautismo es más que “limpiar el cuerpo”, como nos dice la lectura de 1 Pedro.
En su esencia, es la renovación del pacto con Dios y de los lazos de afecto con la nube de testigos, tanto cerca como lejos
La lectura de hoy del Antiguo Testamento es de Génesis, y hace referencia al primer pacto que Dios hizo con los humanos y con todas las criaturas del planeta — es decir, que las aguas de inundación nunca más volverían a destruir la tierra.
El agua del Bautismo nos recuerda que el agua es una necesidad básica para la vida según la conocemos, y un recordatorio de que el agua también puede ser poderosa, destructiva y mortal.
Cuando somos bautizados, experimentamos ambos aspectos del agua: la nueva vida que proporciona el don del agua y nuestra muerte simbólica a una vida de desconexión y desintegración.
Cuando Jesús fue donde Juan para ser bautizado en el río Jordán, no creo que estaba yendo para que le lavaran la suciedad del cuerpo ni para que lo limpiaran del pecado.
Estaba yendo para recordar y renovar los pactos que Dios había hecho con su pueblo — con Noé, Abraham, David y todos los que no están nombrados y la flora y la fauna que habían ido antes que él.
Y también estaba muriendo a la falsa narrativa que prevalecía y que decía que el mundo era del César o de Caifás, y lo estaba haciendo ante testigos que podrían tanto recordarle su responsabilidad, como apoyarlo en su misión de despertar al mundo a los caminos de Dios.
Para mí, el acto de volverme hacia una congregación y de preguntarle, “Ustedes, testigos de estos votos, ¿harán todo cuanto puedan para apoyar a estas personas en su vida en Cristo?” me recuerda esta historia mucho más grande.
Y cuando respondemos, “Lo haremos”, estamos tomando la decisión consciente de unirnos a nuestros antepasados en la fe, quienes han dado el Sí al pacto con Dios, y nos encontramos entrelazados por siempre con aquellos con quienes vivimos este llamado aquí y ahora.
¡A veces me pregunto si la gente respondería con tanto fervor si supiera cuán importante pienso que es esa respuesta!
El Bautismo es, de hecho, más grande que nosotros, pero no está más allá de nosotros.
Decir que Sí a apoyar a un candidato al bautismo significa rezar por ellos — algo que todos podemos hacer en cualquier momento y en cualquier lugar.
También significa servir como compañero en el camino de transformación que empieza con el bautismo y que nos lleva a donde está Jesús y hacia donde va Jesús.
Los compañeros parten juntos el pan, aprenden juntos, caminan juntos y se protegen mutuamente cuando los tiempos son difíciles y las energías flaquean.
Los compañeros sostienen la luz de Cristo para sus hermanos cuando todo parece estar bañando en tinieblas y trabajan activamente para mantener una relación correcta los unos con los otros y asegurar que este testimonio se sienta, en igual medida que se conoce.
Decir “lo haremos” significa hacernos presentes los unos a los otros como recordatorio de que los lazos que nos unen no son las cosas que el mundo usa para categorizarnos: la raza, el género, el estatus financiero, el país de origen o la lengua materna.
Estamos unidos por las aguas del bautismo, las aguas de la creación, del Dios que ha hecho y rehecho pactos con nosotros una y otra vez — y sobre todo — por la gracia y la pasión de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha llamado a todos a ser miembros de su único cuerpo.
Cuando vivimos este voto y cuando hacemos este voto real en nuestras vidas diarias, podemos ver más de lleno como el reino de Dios está entre nosotros y recibimos fuerzas para seguir proclamándolo.
Esta nueva temporada de Cuaresma puede ser un momento maravilloso para explorar cómo estás apoyando en estos momentos a tus compañeros en el camino.
¿Qué pudieras hacer esta semana para conectarte con ellos y caminar con ellos más de lleno?
¿Cuán abiert@ estás a recibir el apoyo que otros miembros del Cuerpo están tratando de brindarte?
El Bautismo es más grande que cualquiera de nosotros. Recordémoslo en esta Cuaresma y hagamos las cosas que sólo nosotros podemos hacer para apoyarnos unos a otros en Cristo.