La liturgia de la palabra en este tiempo es muy rica para meditar en la vida de los que verdaderamente han decidido, han optado trabajar por el Movimiento de Jesús. Siguiendo las sabias indicaciones del Deuteronomio, San Pablo decide por ser un ejemplo de vida de los que se convierten al Dios del amor.
En el Santo Evangelio nuestro Señor nos enseña a hacer la voluntad del Padre, haciendo justamente lo que a Él le gusta, así es como del Evangelio podemos meditar en los cuatro verbos: orar, predicar, sanar y alabar; que han hecho de la vida de Jesús el verdadero Maestro de todos.
Para iniciar es importante meditar en las palabras de San Pablo cuando afirma: ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Aquí vemos como el corazón de Pablo se ensancha de amor hacia los cristianos de Corinto. En el pasaje paulino de hoy, nos aclara que la razón de que él predique el Evangelio de Cristo no está en su propia voluntad, sino en la de Dios. “No tengo más remedio, dice, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!
La sinceridad del apóstol es muy grande. Confiesa que el predicar el mensaje de Cristo le cuesta, se le hace a menudo duro y difícil y es lógico que sea así, ya que en muchas ocasiones tendrá que enfrentarse con los hombres, echarles en cara sus negligencias, sus miserias, sus maldades y decir verdades que hieren, señalar soluciones que son heroicas.
Tales como hablar de la cruz cuando el ser humano tiene como ley la del mínimo esfuerzo. Pero ¡ay del apóstol si no evangelizará!, ¡ay del que calle cuando tiene el derecho y la obligación de hablar!
El silencio de un enviado de Dios, además de una vil cobardía, es un gran pecado que puede ser la causa del daño más grande para un hombre o una mujer, la pérdida de la fe.
Pablo hace alarde de su libertad en más de una ocasión. En la lectura de hoy, habla una vez más de su condición de hombre libre que ama la libertad. Sin embargo, dice a continuación, que, siendo del todo libre, se hace siervo de todos para salvarlos a todos, se hace judío con los judíos para ganar a los judíos. Detalladamente explica cómo se hace todo para todos, para salvarlos a todos.
Es una consecuencia de su amor a Dios y a las almas. Con tal de salvarlas está dispuesto a los más grandes sacrificios. De ahí esa enorme amabilidad con las personas, esa delicadeza en el trato, esa comprensión sin límites. Con esta postura de comprensión hacia las personas, contrasta su firme intransigencia a la hora de defender los principios del Evangelio.
El Evangelio de hoy nos muestra un Jesús empeñado al máximo en las cosas de Dios, tales como: orando, predicando, sanando y alabando su Padre eterno.
El evangelista nos dice: “Se levantó de madrugada, se marchó al desierto y allí se puso a orar.” Quizá, los verbos que mejor definen la acción de Jesús, mientras estuvo en la tierra con nosotros, sean estos cuatro: orar, predicar, sanar y alabar, tal como aparecen escritos hoy en este relato del evangelio según san Marcos.
Antes de salir al encuentro con la gente sentía la necesidad de ponerse en comunión directa con su Padre Dios y llenar su alma humana de fuerza y energía divina. A Jesucristo, como hombre verdadero que era, el trabajo le cansaba y terminaba el día, física y psicológicamente agotado.
Necesitaba descansar físicamente por la noche después de haber trabajado intensamente durante el día y antes de comenzar el duro trabajo del día que empezaba, necesitaba cargar las pilas del alma, poniéndose en contacto directo con la energía divina que le comunicaba su Padre.
Esto mismo es lo que han intentado hacer siempre los santos, santas y toda persona que se disponga a trabajar intensamente durante todo el día, en nombre de Dios.
Esto mismo es lo que debemos hacer todos y cada uno de nosotros, cada mañana, antes de ponernos a trabajar con ilusión y empuje en lo que nos toque.
El predicar, el anunciar la buena noticia es el deleite más grande de Jesús, a sus discípulos les dice: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido” y como podemos ver en la Escritura, este fue el mandato que les dio Jesús a sus discípulos, antes de partir definitivamente hacia el Padre: “vayan al mundo entero y prediquen el evangelio”.
Como ya lo meditamos al inicio, San Pablo les dice a los cristianos de Corinto que él no tiene más remedio que predicar el evangelio. La misión principal de la Iglesia es evangelizar, una Iglesia que no evangeliza no es fiel al mandato de Cristo. Todos los cristianos tenemos la vocación de evangelizar y debemos estar dispuestos a hacerlo libremente, como san Pablo, haciéndonos débiles con los débiles y servidores de todos.
El tercer aspecto de la vida de Jesús es el sanar, el curar las dolencias de este mundo. La suegra de Simón estaba en la cama con fiebre. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levanto, y luego el evangelista continúa diciendo: “Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios”.
Los cuatro evangelios están llenos de relatos de milagros y curaciones de Jesús, esto porque al pueblo, a la gente sencilla, le impresionan más los hechos que las doctrinas; admiran más a los santos que a los teólogos.
Esto es algo que debemos tener en cuenta todos los cristianos y la Iglesia de Cristo, en general; aunque todo es necesario, el hacer el bien a los demás es prioritario, anterior a la predicación de las normas y leyes. A los misioneros se les admira y se les sigue hoy, más por el bien que hacen, que por la doctrina que predican.
El cuarto aspecto de la vida de Jesús, es alabar el santo nombre de Dios. Alabad al Señor tu Dios que sana los corazones destrozados, así recita el salmo 146, esto lo podemos tranquilamente aplicar a la acción de Jesús nuestro Maestro.
Jesús no vino al mundo para juzgar al mundo, sino para salvarlo. La acción de Jesús está principalmente dirigida a las personas más necesitadas y destrozadas; a los enfermos, a los pecadores, a las mujeres marginadas, a la gente sencilla. No vino a buscar a los santos, sino a los pecadores. Los verdaderos cristianos, luchamos contra la pobreza material y espiritual ¿lo quieres hacer también tú?”
Donde está Jesús hay vida, crece la vida, se lucha por la vida. Hoy el evangelista nos hace encontrar con Jesús que cura a los enfermos, acoge a los desvalidos, perdona a los pecadores, sana a los poseídos por espíritus malignos y se preocupa por quienes sufren. Esto es lo que también nosotros tenemos que hacer. ¡Amén!