Durante los próximos 50 días vamos a celebrar un único acontecimiento, esto es la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo. Su resurrección desencadena una serie de acontecimientos que se suceden simultáneamente. Se aparece a sus discípulos, les da el Espíritu Santo, los envía a predicar, nace la Iglesia, sube al cielo. Todo esto inicia desde el encuentro con Jesús resucitado que viene en medio de sus discípulos, desde entonces la Iglesia se reúne cada ocho días, cada domingo, para alabar y bendecir su nombre y para compartir el Pan espiritual.

La comunidad de los discípulos del resucitado, celebramos la Pascua cada domingo. El venir aquí no tendría ningún sentido si no es para encontrarnos con el Resucitado y con los hermanos de la comunidad. La Eucaristía es el momento en que nos reunimos, escuchamos su Palabra y partimos el Pan con alegría y de todo corazón.

Pero esta celebración no termina aquí, tenemos que ser capaces de salir al mundo a compartir con los demás el inmenso gozo de vivir en la presencia del Cristo Resucitado, tenemos que llevar esta alegría a los que más lo necesitan, a los pobres, a los enfermos, a las familias que están pasando por momentos difíciles, a los jóvenes que no encuentran quien les de una palabra de orientación a todos los hambrientos del pan y la palabra de Jesús.

La vida y el mundo en el que vivimos serían mejores si fuéramos capaces de compartir lo que aquí celebramos y vivimos. Si miramos a la primera comunidad cristiana, leyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles (lectura muy recomendada para este tiempo de Pascua), nos daremos cuenta de que había dos cosas muy importantes para ellos: celebrar juntos su fe y atender a los que sufren y a los pobres. Eso les distinguía dentro de la sociedad en la que vivían, y también les daba identidad y les ayudaba a permanecer unidos.

Esos gestos de amor y solidaridad hacia los demás eran gestos de fe que ayudaban a las demás personas a reconocer al Señor Resucitado en la vida, en sus vidas. Por eso se iban agregando al grupo. No porque les cayeran mejor o peor, sino por el encuentro con el Resucitado.

Porque ¿dónde mejor para encontrarnos con el Resucitado que tocando las cicatrices del sufrimiento y el dolor como Tomás? Jesús se pasó toda su vida pública “tocando” el sufrimiento, tocando a personas heridas, enfermas, marginadas, pobres, pecadoras.

Y ahora es a Él al que podemos tocar y encontrar en ellas, con nuestra cercanía y con nuestra solidaridad. Ahí encontraremos al Resucitado y necesitaremos volver aquí, a la comunidad, a contarlo y compartirlo y a celebrarlo con alegría.

El Señor nos tocará también a nosotros y nos quitará el miedo y nos dará la paz. La paz del Resucitado nos hará nacer de nuevo. “Bendito sea Dios, que por la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo”. El agua que hemos recibido sobre nuestras cabezas en nuestro Bautismo nos ha hecho renacer como personas nuevas, renovadas, resucitadas, con una fe que ha ido creciendo con el paso del tiempo y que nos hace “ver” y “sentir” al Resucitado acompañando nuestras vidas.

Jesús le dijo a Tomas: “dichosos los que crean sin haber visto”. Y San Pedro nos dice en la segunda lectura: “No has visto a Jesucristo y lo amas; no lo ves y crees en él”. La resurrección de Jesús nos hace fuertes en la fe y en la vida, nos da esperanza y alegría, y nos ayuda a “ver” con otros ojos las señales del Resucitado, que sigue cada día en medio de nosotros.

Es esta fe en el resucitado la que nos hace salir de la noche en la que: Judas salió a traicionar a Jesús. Porque también era de noche cuando Nicodemo fue a hablar con Jesús. Era de noche cuando José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo del Señor. Era al anochecer cuando Jesús se aparece a sus discípulos reunidos. Al anochecer de aquel día cuando las tinieblas invaden los corazones de los apóstoles por el miedo, la tristeza y sobre todo porque cuando Jesús más los necesitaba “todos le abandonaron y huyeron”.

Al anochecer aquellos pobres hombres estaban encerrados, cabizbajos, paralizados, sin dar un paso en busca del Señor y es el Señor el que los busca, entra y se pone en medio de ellos. La fidelidad a Jesús produce alegría porque el seguimiento de Jesús es vivido con alegría aun en medio de la dificultad.

Que la Pascua sea un tiempo en el que aprendamos a “mirar”, que sepamos encontrar al Resucitado y sus signos: la paz, el Espíritu, el perdón, la comunión de bienes, la vida comunitaria, el amor entre los hermanos, la solidaridad, el compartir, la cercanía con los pobres y los que sufren y sobre todo “al partir el Pan”, su Pan, su Cuerpo resucitado y entregado por nosotros.

El Señor se pone hoy de nuevo en medio de nosotros, para que nos encontremos con Él y como en aquel entonces dijo a sus discípulos, hoy también nos lo dice a nosotros: “Como el Padre me ha enviado, así también yo los envío a ustedes”. Vayamos con la fuerza del que todo lo puede y de su Espíritu y compartamos con todos la inmensa alegría del Cristo Resucitado. Amén!