«¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, así como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!«
Lucas 13:34b
Durante la Cuaresma estamos en un camino que nos permite considerar las cosas con otros ojos. Los cambios en la liturgia y las nuevas disciplinas que estamos invitados a asumir nos ayudan a volver a cimentar nuestra fe en Dios más que en nuestros hábitos o nuestras respuestas preparadas; especialmente los religiosos o de exclusivos. La Cuaresma es un tiempo en el que todos estamos invitados a reconsiderar cómo pensamos y experimentamos nuestra pertenencia a los demás y a Dios. Para nosotros aquí en San Pablo también implica considerar de nuevo los lazos de comunidad cristiana que se han sido heridos durante esta pandemia. Durante nuestro camino de Cuaresma, nuestro sentido de pertenencia será redefinido y refinado por la presencia redentora de Cristo y la experiencia de nuestra comunión con él y con los demás.
El Evangelio de hoy nos invita a considerar con otros ojos nuestra misión como cristianos y cristianas y como Iglesia mientras escuchamos a Cristo hablar de su propia misión de curación y reconciliación. Escuchemos a Cristo responder a un grupo de fariseos que se le acercan para decirle que Herodes quiere matarlo: “Mira, hoy y mañana seguiré expulsando demonios y sanando a la gente, y al tercer día terminaré lo que debo hacer. Tengo que seguir adelante hoy, mañana y pasado mañana, porque no puede ser que muera un profeta fuera de Jerusalén”. Su respuesta puede sonar extraña a nuestros oídos porque parece decir que tiene que hacer dos cosas al mismo tiempo; sanar y emprender un viaje a Jerusalén. Sugiere que está marcando el ritmo de sus actos diarios de curación junto con su camino diario hacia Jerusalén, hacia su Cruz. Para Jesús, en efecto, “expulsar demonios”, “hacer curaciones” y cumplir la voluntad de su Padre –que implica morir en la cruz– son una misma cosa. El camino, la curación y la Cruz son uno. La imagen de la gallina que Jesús emplea para ilustrar su relación con nosotros transmite tanto un sentido de protección maternal como la idea de sacrificio, porque una gallina se dejaría comer para proteger a sus polluelos. Para Jesús, consumirse plenamente tanto en el amor como en el servicio a Dios y también a sus hermanos es exactamente lo mismo.
Lo mismo es cierto para nosotros. No podemos estar en comunión con Dios si no anhelamos estar en comunión con todos y con toda la Creación.
No podemos estar en comunión con Dios si no estamos particularmente atentos a las enfermedades y sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas en nuestro camino. No podemos pertenecer a Dios si no nos pertenecemos al mismo tiempo unos a otros. No podemos pertenecer a Dios si no somos conscientes desde el principio de que nuestra verdadera realidad es la de la comunión, y que esta comunión es también un vía crucis. La comunión, y la comunidad cristiana que ella fomenta, no es un proyecto humano : es un don de Dios que exige nuestra respuesta amorosa. Si muchos poderes del mal pueden destruir y conquistar nuestro corazón y nuestra mente, es porque nos inculcan la idea de que este tipo de comunión no es real. Nos hacen indiferentes no sólo a nuestros propios sufrimientos, sino también al sufrimiento de los demás. Nos hacen indiferentes a la cruz de Cristo, tal como dice Pablo. Nos hacen indiferentes a la comunión vivificante y a la fraternidad que corre de esta cruz. Los enemigos de la cruz, que estan en nosostros mismos, nos alimentan con la idea venenosa de que existen diferencias esenciales entre nosotros, entre nuestros sufrimientos individuales y nuestras aspiraciones, que no podemos estar en comunión por x o y razones, que pertenecemos esencial y exclusivamente a una determinada raza, nación, ideología, clase social, idioma y no radicalmente entre sí. Todos estos poderes no quieren que experimentemos la realidad de que nos pertenecemos principalmente unos a otros en Dios antes y contra todo lo demás y cualquier otro poder.
Todos los poderes malignos de este mundo, incluidos los poderes que inspiraron en Herodes el deseo de matar a Jesús, quieren que creamos que vivir en comunión no es nuestra identidad primordial, que vivir en comunión no es lo que estamos destinados a ser y que no es donde pertenecemos.
Afortunadamente para nosotros, Dios nunca se cansa de llamarnos bajo sus alas, de luchar por nosotros. El gran misterio que nos une, no solo a los que estamos aquí presentes esta mañana, el misterio que une a todos los santos en la tierra y en el cielo y, de hecho, a toda la creación misma, es este. Es el misterio de la comunión. Este misterio se va a hacer visible muy pronto, justo aquí. Este misterio es la sombra de Dios que nos cubre y nos permite crecer hasta la plena estatura de Cristo. De hecho, si la Comunión fuera un animal, probablemente sería una gallina. En este altar sois acogidos bajo las alas de Cristo, porque Él se entrega a vosotros en su cuerpo y sangre en el momento en que abre sus alas en la Cruz para abrazar a toda nuestra humanidad. En el misterio de la comunión nada queda sin ser tocado, nada que necesite atención queda sin atención. Todo y todos están reunidos.
Al venir a esta mesa, recuerdan que pueden traer con ustedes todo lo que son, en su mente, imaginación y corazón para comunicarles con él. Pueden traer a todas las personas que recuerden que estén vivas o dormidas, sufriendo o alegres. Bajo sus alas también pueden comunicarle sus dudas, su ira y sus miedos. Aquí todo se junta en Cristo y se consuma en él. Aquí toda criatura está invitada a habitar y calentarse en su presencia real y bajo la sombra de sus alas. Incluso si somos perseguidos por las zorras de este mundo, al igual que una cría de pollitos, aún podemos unirnos a este altar y encontrar refugio en el cuerpo de Cristo. Esta pequeña miga de pan nos abre las profundidades de la intimidad de Dios. Aquí, entre nosotros, podemos acogerlo y acogernos unos a otros en su nombre. Nuestra intimidad con él nos hace a todos uno. Y cuando recitamos las palabras del Sanctus“Bendito el que viene en el nombre del Señor” mientras nos hacemos la señal de la cruz, no sabremos si estamos hablando de nosotros o de él. En comunión podemos acogernos unos a otros porque verdaderamente nos convertimos en un solo cuerpo espiritual. Esta gran intimidad, esta gran proximidad con Dios y entre nosotros nos protege de las zorras de este mundo.
Pronto voy a dejar este posadero y todos vamos a partir de este gallinero donde Cristo nos ha reunido bajo sus alas. Pronto vamos a dejar el nido de Jesús. Sin embargo, podemos traer su presencia y su calor al mundo, cuando, así como un pollito deja a su madre, saldremos a acoger, proteger, defender, dar de comer y ayudar a los demás. Si todavía buscan alguna disciplina cuaresmal, ¿por qué no ser para otro el nido que han encontrado aquí, en la intimidad de la presencia de Jesús y en la compañía de esta comunión? Esto puede ser tan simple como hablar con alguien con quien nunca ha hablado o escucharlo. Puede ser tan simple como invitar a alguien a cenar, tomar un café o dar un paseo. O simplemente tómale un tiempo para estar en silencio con usted mismo. Estas son sólo algunas de las formas en que podemos comunicarnos la intimidad de Dios entre nosotros como Cristo, la gallina, nos la comunica en el sacramento de la comunión. Todos estos simples signos de intimidad divina harán de nosotros un pueblo al que la gente quiera pertenecer. Y muy humildemente, el amor y la paz de Cristo se extenderán a través de sus lazos de amistad, incluso a los corazones más desolados y solitarios.
Joris Bürmann, MA, MDiv
Misionario YASC