2 de mayo, 2021
El Revdo. Austin K. Rios
Hechos 8:26-40; Juan 15:1-8

La uvas del reino de Dios alimentan a los hambrientos, sostienen a los que van de pasoy alegran a los que tienen el corazón quebrantado y a los que sienten desesperación.

¿Cuán lejos llegarán las buenas nuevas de la resurrección?

Las lecturas de hoy de los Hechos y del Evangelio de Juan hablan de la conexión que tenemos en Cristo y de lo que resulta de ella.

Jesús les dice a sus discípulos que él es la Vid y nosotros somos las ramas — que porque moramos y permanecemos en él podemos dar mucho fruto.

El fruto que producimos como resultado de esta conexión en Cristo llega de muchas formas, pero en su esencia, este fruto sirve para conectar a los demás a la misma Vid que nos da vida.

Las uvas del reino de Dios alimentan a los hambrientos, sostienen a los que van de paso y alegran a los que tienen el corazón quebrantado y a los que sienten desesperación.

Es importante decir: estos frutos son productos llenos de la gracia de Dios — no podemos producirlos solos.

Y sin embargo deben ser recogidos, compartidos y procesados por manos humanas para convertirse en el alimento y en el vino que sostienen y edifican al mundo.

Nuestra escena de hoy, en los Hechos, es una meditación sobre este proceso y un ejemplo magnífico de cómo los primeros discípulos pusieron en acción estas palabras de Jesús.

El Libro de los Hechos de los Apóstoles comienza con Jesús diciéndole a sus discípulos que las buenas nuevas viajarán desde Judea y Samaria “hasta los confines de la tierra”.

Pero, para que lo hagan, los seguidores de Jesús tienen que estar dispuestos a llevarlas allá.

Eso es lo que está haciendo Felipe según va caminando por el camino del desierto hacia Gaza, cuando se encuentra con una de las figuras más interesantes de todas las Escrituras.

Se le conoce como el eunuco etíope en el pasaje, pero en la iglesia de Etiopía se le conoce como Simeón Bachos, y es la persona responsable de que el cristianismo se haya propagado en el cuerno de África y más allá.

Lo que me fascina de él, y de este encuentro evangelístico temprano, es que Bachos es una persona que conecta mundos que se perciben como imposiblemente separados.

Es un eunuco, lo cual significa que no es ni hombre ni mujer.

Es un funcionario de la corte a la vez que es eunuco, lo cual significa que es poderoso debido a su posición en su país de origen, pero que se le desprecia como eunuco en el mundo greco-romano.

Es rico y lo suficientemente erudito como para viajar en una carroza en posesión de un pergamino con el texto del profeta Isaías, y sin embargo se encuentra sin el poder de interpretarlo solo.

Bachos es el epítome de la liminalidad — no esto, no aquello — y sólo puedo preguntarme qué pronombres escogería Bachos para describirse a sí mismo.

Y, sin embargo, debido a la conexión que tiene Felipe con Cristo la Vid, y debido a su fe en las palabras de Jesús que las buenas nuevas llegarían hasta los confines de la tierra, Felipe tiene la audacia y la valentía de compartir los frutos de su experiencia y de su entendimiento con Bachos.

Y este compartir produce más frutos que hubieran resultado impensables si Felipe se hubiera cerrado ante el lugar donde el Espíritu lo estaba conduciendo, y si se hubiera mantenido atrapado en un mundo de categorías teóricas ACERCA de las personas, en vez de responder al ser humano de corazón abierto que se encontraba frente a él.

Después de escuchar las buenas nuevas y la interpretación de Isaías que Felipe comparte con él, es Bachos quien pide ser bautizado en el acto.

La conexión con la Vid — de la cual las palabras y el acompañamiento de Felipe sirvieron como intermediario — causa que Bachos vea el mundo de manera diferente.

De repente, el agua que se encuentra a lo largo del camino no es sólo para calmar la sed de su equipo: puede convertirse en el medio de su transformación en el bautismo.

Bien hecho, Felipe — por no interponerse en el camino de lo que Dios está haciendo a través de Bachos.

No nos resulta difícil imaginar una respuesta contemporánea más restrictiva: “¡Bachos, estamos muy contentos de que se sienta llamado al Bautismo! Ahora por favor complete este formulario, tome esta clase por un año y le encontramos un espacio en el próximo día designado para bautismos.”

Hay buenas razones de hacer este tipo de preparación bautismal, y no estoy diciendo que sea una mala práctica. De hecho, ¡es la que generalmente prefiero yo, y es por la que acabamos de pasar juntos esta Epifanía y Cuaresma!

Sin embargo, hay ocasiones en que nosotros en la iglesia tenemos que permitir que el Espíritu dicte nuestras líneas de tiempo y nuestras acciones si realmente queremos que las buenas nuevas alcancen los confines de la tierra y transformen al mundo.

Eso sucedió un día aquí en San Pablo antes de la pandemia.

Una mujer iraquí y sus hijos se acercaron a nosotros.

Me preguntó si podía ser bautizada y yo le hablé sobre nuestro proceso.

Entonces procedió a decirme por qué ser bautizada en ese momento era tan importante, y mientras escuchaba su historia y evaluaba su sinceridad, no pude evitar pensar en el encuentro entre Felipe y Bachos.

Así que la bautizamos a ella y a sus dos hijos — porque teníamos agua, testigos y la convicción de que hacerlo era ser fiel a la vid y buenos administradores de los frutos del reino de Dios.

Regresaron a Irak, y confío en que Dios está produciendo frutos a través de ellos que alimentarán a otros.

Ésa es la otra cosa que me encanta de la historia de los Hechos.

De ahora en adelante depende de Bachos si él produce o no frutos que puedan ser compartidos con otros.

El papel que jugó Felipe como conector y conducto terminó. El resto depende del Espíritu Santo.

Nosotros, en la iglesia de hoy, tenemos el beneficio adicional de poder apoyarnos los unos a los otros pastoralmente y de caminar juntos en comunidad para ayudar a las nuevas ramas a convertirse en viñas maduras, capaces de producir el mejor y más profundo vino.

Pero nuestro papel principal, especialmente con aquellos que se encuentran al margen de nuestras comunidades, es de compartir la buena nueva de la resurrección con audacia, a través de palabras, de acciones y de nuestra voluntad de conectarnos más allá de nuestras áreas de confort.

Estoy seguro de que a Felipe no le fue fácil acercarse a esa carroza y empezar a hablar con Bachos.

Pero, seguro de su conexión con la vid, Felipe se convierte en un conector para que el evangelio no tuviera fronteras.

¿Podemos nosotros hacer lo mismo hoy? ¿Cómo podríamos reclamar nuestra conexión con la verdadera vid de Cristo, e ir con valentía a donde el Espíritu nos lleve — a los lugares y a las personas que residen en los espacios liminales de nuestro mundo y que anhelan el mismo hogar que nosotros?