Estamos acercándonos al fin de esta serie sobre el Bautismo, y la pregunta de hoy, “¿Proclamarás por medio de palabra y ejemplo las Buenas Nuevas de Dios en Cristo?” va directamente al corazón de toda la misión de Jesús.
En el Evangelio de Juan, Jesús ha llegado por fin a Jerusalén, justo cuando las fiestas de la Pascua judía están empezando y la gente está descendiendo sobre la ciudad santa.
Las palabras proféticas de hoy, de Jeremías, proveen un telón de fondo para la acción del evangelio — palabras sobre Dios haciendo uno nuevo pacto con Israel y sobre el amplio perdón de la iniquidad y del pecado.
Este nuevo pacto y su restauración subsecuente fueron un tema constante de esperanza y expectativa para el pueblo judío, ciertamente desde el período del exilio en Babilonia en los días de Jeremías y hasta el crepúsculo del Segundo Templo en los tiempos de Jesús.
La idea de que Dios atraería a los fieles de nuevo a casa… a Zión… para que aquéllos que habían sido dispersos por guerras y caprichos de imperios pudieran finalmente adorar a Dios juntos, en casa… era una idea potente y convincente.
Pero esta visión era primordialmente del Señor trayendo de nuevo a casa a las ovejas perdidas y dispersas de Israel.
Se trataba de la ley de Moisés — la cual había definido y guiado a la comunidad judía desde el Éxodo — moviéndose de ser algo externo y distante a algo que se lleva cerca, en el corazón.
Para que los corazones de los fieles fueran transformados y para que un Israel renovado y reunido pudiera vivir su llamado a ser una luz para las naciones.
La Pascua era un tiempo en que esta visión abarcadora se veía parcialmente realizada según la gente se dirigía al Templo para el recordatorio anual de cómo Dios los había rescatado de la esclavitud.
Ése es el motivo por el cual Jesús y sus discípulos están en Jerusalén, y la ciudad tiene que haber estado llena de actividad y energía de peregrinaje.
Pero, como con la mayoría de las cosas que tiene que ver con Jesús, hay un giro inesperado en la narrativa y en las festividades.
Juan nos dice que había griegos — entiéndase, gentiles/no judíos — que también habían venido para el festival.
Pero en vez de dirigirse al área del Templo reservado para los no judíos — y en vez de buscar ahí su purificación — se dirigen directamente a Jesús.
Y son los discípulos quienes los llevan.
Con frecuencia me imagino un escenario alterno, en el cual Felipe y Andrés deciden no ayudar a estos buscadores a venir a Jesús, y en el cual las buenas nuevas de la vida y el ministerio de Jesús nunca llegan más allá de las fronteras del judaísmo.
¿Habría yo escuchado las buenas nuevas si Felipe y Andrés no hubieran tomado la decisión de compartir con “los de afuera” el mensaje y el hombre que había revolucionado sus vidas?
¿Habría llegado más allá del suelo pedregoso de la Tierra Santa la forma única en que Jesús enseñaba sobre la ley, sobre los profetas y la manera en que se pierde la vida para ganarla?
Para la suerte de estos griegos y de nosotros, Felipe y Andrés sirvieron menos como guardianes del secreto mesiánico y más como canales de conexión.
A pesar de que sólo tenían la más mínima noción de a lo que Jesús realmente se refería cuando decía que un grano de trigo tiene que morir para dar mucho fruto, y aunque no podían haberse imaginado lo que le pasaría en unos pocos días al hombre milagroso en quien habían depositado toda su esperanza.
Las Buenas Nuevas que Jesús vino a proclamar — que el amor de Dios puede atravesar cualquier muro hecho por los hombres y que es una fuerza más poderosa que la muerte — es un evangelio que sus primeros seguidores también proclamaron.
Por eso es que el movimiento pasó de consistir en una pequeña banda de pescadores a orillas del Galileo, a ser una fe global.
Desafortunadamente, en nuestros tiempos estamos demasiado familiarizados con las maneras en que algunos que se dicen cristianos proclaman una versión de la fe que es cualquier cosa menos buena noticia.
Palabras como “misionero” y “evangélico” no siempre nos hacen pensar en la proclamación fiel del Evangelio, sino más bien en las maneras en que la iglesia ha sido cómplice de la destrucción de culturas, de la diversidad, y en que ha utilizado tácticas de construcción de imperios que apenas se distinguen de aquéllas que Jesús confrontó en su propio tiempo.
Y, sin embargo, cuando decimos que sí a esta pregunta bautismal — SÍ, proclamaré por medio de palabra y ejemplo las Buenas Nuevas de Dios en Cristo, con la ayuda de Dios — estamos afirmando que no vamos a dejar que las versiones tenebrosas del cristianismo nos impidan vivir y propagar la real.
Todavía hay tantos que han vivido bajo el yugo de los faraones de estos tiempos modernos, y que se mueren por poder experimentar la libertad que proviene de Dios en Jesucristo.
Todavía hay tantos corazones dormidos en el suelo seco de la depresión, los cuales florecerían y producirían los frutos del reino si tan solo se les ofreciera el agua de vida.
Somos nosotros los que tenemos que conectar al mundo y a sus criaturas con la fuente de vida que conocemos en Cristo.
Tal como Felipe y Andrés, estamos llamados a ser canales de conexión para aquellos que desean ver a Jesús.
No nos corresponde a nosotros decidir quién tiene acceso al Señor a quien servimos: estamos llamados a tomar como modelo de nuestra proclamación, por palabra y ejemplo, al sembrador que siembra la buena semilla libremente.
Eso significa que ponemos nuestro mejor empeño en hacer justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con nuestro Dios, a la vez que buscamos nuevas maneras de traer las buenas nuevas a los varios ámbitos de nuestra vida.
En nuestras familias, en nuestros vecindarios, en nuestros lugares de trabajo, en nuestras ciudades, en nuestros países — estamos llamados a proclamar la buena nueva que tiene sus raíces en la esperanza que ha animado a nuestros antepasados, la cual ha tomado nueva forma creativa por la gracia bendita de nuestra encarnación.
¿Cuáles son algunas de las formas en que mejor puedes proclamar las Buenas Nuevas de Dios en Cristo en estos momentos difíciles, utilizando los dones específicos que has recibido como hij@ amad@ de Dios?
¿Qué miedos pudieran estar impidiéndote ser un canal de conexión divina para los que están a tu alrededor?
Cuando Felipe y Andrés conectaron a esos griegos a Jesús, el sueño de Dios se hizo más grande, y la antigua esperanza de que Dios nos reuniría a todos y nos traería a casa empezó a realizarse.
Hagamos lo que podamos, en nuestro propio día, para verla aún más realizada — y permitamos que la ley del amor sea escrita en nuestros corazones y canalizada a través de nuestras manos, con la ayuda de Dios.