Hemos llegado ya a las puertas de la gran Semana Santa, hoy estamos celebrando el último domingo de Cuaresma, el próximo domingo juntos celebraremos el domingo de Ramos, el ingreso triunfante de Jesús a la ciudad Santa Jerusalén para llegar así a celebrar la Pascua, el gran momento, la gran fiesta de todos los cristianos.
El signo que hoy guiará nuestra meditación es la vida. Todas las lecturas nos hablan de un Dios amante de la vida, nos habla de un Dios y Señor de la Vida.
En la primera lectura, el profeta Ezequiel, en nombre de Dios dice a su pueblo: “Les infundiré mi espíritu y vivirán”. El mismo Dios les promete que hasta los huesos de sus muertos volverán a vivir alegres y gozosos en la ciudad santa. En estas palabras vemos como el Dios de Israel es un Dios de vivos, no de muertos y los que creen en él, aunque hayan muerto, vivirán.
También san Pablo les dice a los primeros cristianos de Roma que Cristo Jesús es la Vida y que los que tengan su Espíritu vivirán con él para siempre. Nuestro cuerpo muere, pero si nuestro espíritu vive en comunión con el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Cristo vivificará nuestro cuerpo mortal, porque el Espíritu de Cristo es la Vida.
Como vemos, la liturgia de la palabra de este quinto domingo de cuaresma quiere dejarnos ya entrever la gran verdad de la Pascua de Resurrección, nos quieren hacer ver que Cristo es Vida y que los que vivamos en comunión con él viviremos para siempre.
Precisamente este es el mensaje del Santo Evangelio de hoy, con la resurrección de Lázaro, nuestro Señor no quiere otra cosa que seamos consientes de que, nuestra vida no termina aquí.
Para su mejor comprensión es importante fijarnos en algunos detalles, tales como: El hecho de que la Palabra de Dios es una palabra viva, tanto que nunca se quedará estéril, siempre nos dirá algo nuevo, algo que podamos aplicar a nuestra vida en el aquí y el ahora.
Otro hermoso detalle que llama la atención es la fuerza que tiene la oración de Jesús. También es muy importante meditar en la gran fe de Marta. Fe profunda y ejemplar que nos ha acompañado a lo largo de esta cuaresma.
Yo soy la resurrección y la vida, nos dice el Señor, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.
Estas son la palabras que hoy nos tienen que dar un remezón a nuestras vidas apagadas, muchas de la veces adormecidas por la rutina y la monotonía de esta nuestra opaca sociedad, porque hay mucha gente que vive en la indiferencia y la mediocridad en vez de afrontar con ahínco y coraje los retos de la vida.
Queridos hermanos y hermanas hoy el Evangelista de San Juan nos presenta a Jesús como la Vida; en los dos domingos anteriores lo ha presentado como Agua viva y como Luz.
Jesús sabe, como hombre que es, que esta vida humana corporal es una vida efímera, que acaba siempre en la muerte del cuerpo. Lo ha experimentado dolorosamente ante la tumba de su amigo Lázaro, pero quiere que sus amigos: Lázaro, Marta y María, sepan que la vida humana no termina con la muerte del cuerpo, que existe la vida del espíritu, una vida que no termina, sino que se transforma.
Jesús le dice a su amiga Marta que él es la Vida y los que viven en comunión con él, aunque hayan muerto corporalmente vivirán para siempre con él. Jesús quiere que sus amigos vean en la resurrección temporal de Lázaro, en su reviviscencia corporal, una imagen, una prefiguración de lo que será la resurrección definitiva en el espíritu, una resurrección para la vida eterna.
Esta es la gran verdad consoladora de nuestra fe, la verdad de nuestra fe en la resurrección, la verdad que contemplaremos gozosos en la próxima y ya cercana fiesta de la Pascua de Resurrección.
Ayer como hoy, Jesús también se cruza por nuestro camino de la vida y nos pregunta «¿Crees esto?», por que así como le pregunta Marta, también les preguntó antes a la samaritana y al ciego de nacimiento, los tres responden «Creo», el Señor también hoy espera nuestra respuesta, no lo dudemos, con absoluta certeza respondamos también nosotros Creo!
Como resultado de este importante Creo, es tener la certeza en la Resurrección, porque esta es la clave de nuestra fe, el triunfo de Jesús sobre la muerte. Porque como afirma San Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe”. Porque su victoria es nuestra victoria, su resurrección es también la nuestra.
Jesús ante la tumba de su amigo, anuncia a toda la humanidad que la muerte terrena nos es el fin, Jesús les anuncia, nos anuncia que Él triunfará definitivamente sobre la muerte y que su triunfo también será el nuestro. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; de aquí que en esta vida, vale la pena combatir bien nuestra batalla.
La Cuaresma nos acerca más a Dios, para que nuestra fe se fortalezca para hacernos caer en cuenta de que nuestro Dios es un Dios vivo, es el Dios de la vida y la felicidad plena.
La Eucaristía es un momento especial para encontrarnos con ese Dios, que también nos sale al encuentro en la vida de cada día, en cada persona y en cada acontecimiento.
Que Lázaro, Marta y María, que eran sus amigos, nos ayuden a crecer en amistad con Él y a cuidar más nuestros encuentros en la oración y sobre todo en nuestra manera de relacionarnos con Dios y con los demás. Amen!