La liturgia de la Palabra de la Cuaresma del Ciclo A, tienen un marcado carácter bautismal. Se trata de catequesis sobre el Bautismo y la necesidad de la fe para seguir a Jesús. Como ocurrió el domingo pasado en el hermoso encuentro con la samaritana.

Por nuestra experiencia de bautizados comprometidos y de hombres y mujeres que luchamos todos los días con las tentaciones de la infidelidad a Dios, sabemos y afirmamos con certeza que la fe es un camino, que la fe es un proceso y que en este tiempo de Cuaresma este camino, este proceso se intensifica.

Así es como, por medio de la Sagrada Escritura, vemos como Jesús camina hacia Jerusalén para entregar su vida por todos nosotros y que en ese camino va también instruyendo a sus discípulos.

El evangelio de hoy, comienza diciendo que Jesús iba caminando y que “al pasar vio a un hombre ciego de nacimiento”. Precisamente este hombre nos va a servir hoy de ejemplo de este “caminar”, porque podremos ver en él cómo la fe se va abriendo paso y como se va desarrollando este proceso hasta llevarle a confesar a Jesús como Mesías.

Hoy, el ciego de nacimiento nos representa a todos. ¿Quién de nosotros no está ciego? Somos ciegos cuando andamos perdidos en las tinieblas del pecado, somos ciegos cuando nos dejamos arrastrar de nuestro orgullo, de la hipocresía, de la mentira, del engaño, cuando nos dejamos arrastrar de la picardía criolla, cuando nos cerramos a los demás.

Si somos consientes de esta realidad, hoy la palabra nos invita a gritar fuerte que Cristo es la «luz del mundo». No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán.

Sólo podemos salir de la oscuridad si reconocemos nuestra ceguera y acudimos a Cristo, «luz del mundo». Este es el mensaje del evangelio del ciego de nacimiento.

El autor sagrado parte del presupuesto de que nuestra vida es un camino. Para caminar necesitamos en primer lugar ver por dónde vamos y poner nuestra voluntad e inteligencia para ver por donde queremos ir, necesitamos reponer nuestras fuerzas para caminar, necesitamos del Buen Pastor del salmo 23, que nos conduzca hacia fuentes tranquilas, necesitamos agua que calme nuestra sed.

Todo esto nos lleva a afirmar que Jesús es «el camino la verdad y la vida», nos lleva a afirmar que Jesús es el único que nos conduce al Padre. Él es la luz del mundo, el pan de vida, el Buen Pastor, el agua viva.

Si estuvimos atentos al Santo Evangelio, en el relato de la curación del ciego aparecen símbolos y mediaciones tales como: la saliva, el barro, la piscina, la ayuda de los demás. De aquí que el barro simboliza nuestra fragilidad y debilidad para caer en el pecado, justamente a causa de nuestra frágil naturaleza, la saliva la fuerza curativa de un Dios lleno de misericordia, la piscina simboliza la Iglesia, la cual es sacramento universal de salvación. La demás gente simboliza la comunidad, porque es en la comunidad donde nos realizamos como verdaderos hijos de Dios.

Quien devuelve la vista al ciego no es el agua, es su fe en Jesús. Cuando el ciego se lava en la piscina de Siloé, comienza a ver no sólo con los ojos físicos, sino con los ojos del alma. Ve en Jesús no sólo a la persona física, sino que ve al Enviado por el Padre, luego a un profeta y más tarde da un paso más en su fe y afirma que el es el Hijo del Hombre para terminar afirmando que el es el Mesías.

También nosotros debemos lavar nuestros ojos con el agua de Jesús, con la luz de su evangelio; debemos aprender a ver con los ojos de Jesús.

La Luz de Cristo, la Luz del Enviado, debe dirigir los pensamientos, palabras y acciones de toda nuestra vida, solo así seremos en grado de contribuir a construir una sociedad mejor, una comunidad mejor, nuestras familias serán ejemplo de amor cristiano.

Jesús no quiere solo que veamos, sino también que seamos luz para muchos hermanos y hermanas que viven en las tinieblas, que iluminados por la fe demos testimonio de ella. Hoy nuestro mundo necesita de gente comprometida, de gente que dejando todo tipo de acomodamientos vayamos al encuentro del que necesita de nuestro auxilio.

Mucha gente confiados en su fama y poder económico viven como ciegos, prefieren ahogar los problemas en el alcohol, las drogas o vicios absurdos y se niegan a ver lo que sucede a su alrededor, a esta gente nosotros estamos llamados a abrirles lo ojos.

Que a través de nuestras buenas obras los demás descubran a Jesús, luz verdadera que ha venido a este mundo. Necesitamos la luz de Jesús para anunciar con frescura la alegría del Evangelio, digo frescura, porque el Evangelio siempre es nuevo para cada tiempo y lugar. Digamos con el ciego de nacimiento «Creo, Señor».

Hoy Jesús nos dice: “Yo soy la luz del mundo”; “He venido para dar la vista a los ciegos”. Por eso le pedimos en esta Eucaristía que nos dé más amor y que abra nuestros ojos para que podamos contemplar el mundo tal y como Él lo hace. Que podamos ver a los demás con la hermosura que Él los ve. Que cambie nuestro corazón y nuestra mirada, que cure nuestras cegueras y finalmente que Él sea nuestra verdadera luz, que Él sea quien ilumine nuestros pasos por los caminos de la vida. Amén!