La Palabra de Dios nos presenta hoy un elemento muy importante en este proceso de formación que la Cuaresma nos ofrece a todos y cada uno de nosotros. La Palabra, tanto la primera lectura, como el evangelio hacen referencia a un elemento que es fundamental e indispensable para la subsistencia y sobre vivencia en este mundo, el agua.
El agua hoy se nos presenta como el elemento primordial, un elemento renovador, purificador y dador de vida, todos nosotros hemos nacido de las “aguas” maternas y todos hemos renacido del agua y del Espíritu por medio del Bautismo.
Para todos los cristianos, el agua es signo de una vida nueva a través del Bautismo, nuestra fe nos lleva a afirmar con certeza que Jesús es el Agua Viva que calma para siempre nuestra sed. La sed aquí es relacionada a la búsqueda incesante de felicidad del ser humano a lo largo de su vida.
El pueblo de Israel y la Samaritana son símbolos en los cuales nos reflejamos todos nosotros y la humanidad entera, siempre inquietos buscando aquello que deseamos y no tenemos, la sed de realización plena, la sed de felicidad y la sed de tener una vida en toda plenitud.
Para el pueblo de Israel, la ausencia de agua les lleva a cuestionarse si verdaderamente Dios está con ellos o si todo ha sido una alucinación y acabarán muriendo de sed en el desierto y por esto se rebelan contra Moisés y se preguntan ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”. Cuantas veces culpamos a Dios injustamente porque nuestros planes, deseos y sueños no se realizan y no somos en grado de darnos cuenta que, somos nosotros los que provocamos esas situaciones con nuestro egoísmo y con nuestra falta de solidaridad.
El pueblo de Israel bebió y comió en el desierto el maná gracias a la misericordia de Dios. Pero el ser humano anhela algo más que lo material, algo más que no sea tan superficial y pasajero. “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed”, nos dice el Señor. Esta es la gran verdad que aquella mujer de Samaría descubre tras su encuentro con Jesús.
Este encuentro de Jesús con la samaritana constituye uno de los relatos más luminosos del Nuevo Testamento, pues nos muestra el rostro de un Jesús profundamente humano quien, con fino sentido pedagógico, conduce gradualmente a la mujer que encuentra junto al pozo para que acoja la plenitud de la revelación de Jesús como Mesías.
El evangelista Juan dibuja dos aspectos de la persona de Jesús, su dimensión humana y su dimensión divina. Nos permite ver a un Jesús fatigado por el trabajo apostólico, el cual a un cierto punto de la jornada se sienta a descansar, tiene sed y pide agua, además nos revela el aspecto divino de Jesús, que le permite conocer lo que ha sido la vida accidentada de esta mujer, Jesús gracias a su omnisciencia tiene claridad sobre la identidad de la Samaritana.
En este encuentro de formación, de catequesis junto al pozo, Jesús va revelando gradualmente su ser y su misión, y para ello se vale del simbolismo del agua. Tengamos presente que en la Biblia, el agua simboliza los bienes mesiánicos y desde siempre el agua es el bien más precioso, tenerla significa la vida; carecer de ella es sinónimo de muerte.
Jesús juega con la imagen del agua para afirmar que hay aguas que no calman la sed y que hay otras que sí la satisfacen. Con este juego de palabras Jesús se está refiriendo a la búsqueda que realizan los seres humanos en pos de la felicidad y del sentido de la vida.
Por eso Jesús hace referencia al agua viva, que es el don de Dios, capaz de satisfacer la sed de los seres humanos que buscan desesperadamente la verdad y el amor.
Les invito a re-escribir este diálogo de Jesús; imaginemos que la interlocutora no es la mujer samaritana sino cada uno de nosotros, con nuestros problemas y dificultades, tal vez llegamos hasta el pozo desfallecidos por la lucha de todos los días, otros tal vez cansados de luchar contra corriente o de luchar contra lo imposible, contra los molinos de viento como Don Quijote. Al encontrar a nuestro Señor, pidámosle que nos permita avanzar en su conocimiento y que no nos quedemos en algunos rasgos de su personalidad, tales como: líder social, poeta, amigo o profeta; pidámosle que nos ayude a descubrir su verdadera identidad, esto es, que lo descubramos como Hijo de Dios, como el Mesías.
Reconozcamos que muchas veces hemos querido calmar la sed de nuestro espíritu acudiendo a bienes materiales o a las teorías de moda, pero continuamos sintiéndonos igualmente vacíos y sedientos. Confesemos que nuestro espíritu siempre estará inquieto e insatisfecho hasta que no lo hayamos llenado del verdadero Espíritu de vida.
Como conclusión de esta maravillosa experiencia, será hacer nuestra propia síntesis de fe, como hicieron aquellos vecinos de la Samaritana que, después de escuchar el testimonio de aquella mujer y las palabras de Jesús, que se quedó con ellos dos días, hicieron su propio acto de fe, diciendo: “ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo”.
Así como para aquel pueblo fue un día lleno de bendiciones, también hoy lo tiene que ser para todos nosotros; Jesús en la Eucaristía se nos da, él se transforma para nosotros en agua viva, agua que sacia nuestra sed vital, agua que sacia nuestro gran deseo de felicidad, por que el es la felicidad en persona.
¡Qué afortunados somos el tener a un Dios tan cercano y que no deja de amarnos en ningún momento! ¡Disfrutemos de nuestro Dios! Vivamos la vida con fe y alegría, para que nuestro testimonio de vida acerque a muchos hermanos y hermanas a la fuente de agua viva y verdadera que es Jesús, nuestro redentor. Amén!